sábado, 9 de enero de 2010

Discriminando discriminaciones (o, Donde el ciego opina, el tuerto defiende su intolerancia). Miguel Velasco Lazcano.

Seguramente conocen ya lo sucedido en días pasados con el “conductor” de televisión mexicano, Esteban Arce, quien discriminó a las personas de preferencia homosexual causando con ello un gran revuelo en los medios de comunicación, así como en los millones de sujetos que sólo se involucran cuando en medio hay una gran pachanga con bulla.

No sé qué esperaban de un tipo como Arce que públicamente agradeció a Carlos Monsiváis una ofensa, y más aún, no sé si esperaban algo pues el señor es un exiliado de la televisión que pasó por Miami donde como siempre no brilló ni logró pena ni gloria; esta última hoy obtenida gracias a millones de inocentes ignorantes que al igual que lo hicieron con Juanito y con cada uno de esos personajes y sucesos entre particulares que los medios de comunicación construyen y amplifican para que las personas no informadas vean, compren o escuchen sus noticiarios, se manifiesten ahora en contra de algo que antes nuca fue su prioridad.

Pero está bien, si vamos a entrar al debate de la discriminación hagámoslo entonces de lleno; con la verdad de los hechos y no con la verdad de la televisión. Dejémonos de hacer ciegos y pongamos el dedo en la honda llaga.

Hablemos de las Doñas y los Dones que nos ayudan a mantener limpia la casa y la oficina, de quienes nos asisten manejando el coche y son: Don X. Hablemos de los que se estacionan en las esquinas con rampas para discapacitados; de los niños diciendo a otros niños que serán adultos cerdos, gorda o marrano; de los que desclasifican como amigos a los que dicen palabras con S al final o porque son chilangos en Mérida o prietos en Acapulco; hablemos entonces también de los que no dejan entrar a personas a antros, a ciertas escuelas o a ciertos clubes; hablemos de gente de derecha descalificando a la gente de izquierda sin más debate que ése y viceversa. Hablemos de los instructores de gimnasio que no pelan a los muchachitos noveles por encimarse a las muchachas fértiles. Hablemos de intelectuales soberbios de pensamientos retóricos; de los que acaban con los pejistas o calderonistas; hablemos de taxistas que no viajan a ciertas colonias; de los religiosos dogmáticos, de los adolescentes que están o se tachan de in o out y de personas que jamás irían a comer a un lugar del barrio, por ejemplo.

Lamentablemente querer enarbolarse de la bandera de los derechos comunes y libres me suena hipócrita en una sociedad donde los niños no pueden ser músicos, actores, poetas o cineastas sin antes ser juzgados por alguien de su familia como locos condenados a la pobreza, el exceso y el devenir, o tachemos de perversos a los padres que dan Prozac al niño genio de su casa que ama el cielo y las matemáticas.

Discriminar es una podredumbre de nuestra sociedad y podría apuntar del mundo, porque hoy lo dicho por Descartes está muy lejos de lo cierto y profundo: “Pienso, luego existo”. Sin ser globalifóbico confeso aún (porque no los discrimino), el mundo ahora existe por el: “Como me ves, te veo”… Pero ¿Qué vemos? Porque yo miro un mundo de personas que se salen a media película de David Lynch o del film Craying Games o de Luna Amarga para no enfrentarse a sus temores, muchas veces éstos de hermosas realidades. Gente que ama la buena voluntad estéril de autores de superación personal como los desahuciados necesitan los placebos para no saberse condenados y así, condenar lo cierto humano.

Así qué, ¿De verdad la sociedad mexicana quiere erradicar la discriminación, o sólo quieren subirse a la cresta de una ola extrapolada por los medios de comunicación? Pensemos profundamente en ello, porque de ello depende que en ciudades y pueblos deje de imponerse el de arriba al de abajo, que los burócratas se dejen de titular con el: ¿Qué pasó mi Lic.? ¿Quíubole Inge? Cuando en realidad no tienen ni la educación elemental pero sí el poder y la iniciativa para dejar esperando personas, postergando resultados y usurpando esperanzas.

El debate de las preferencias de cualquier tipo es estéril; las preferencias son libres como libre es cualquier persona como Arce de opinar, así que no pongamos leña a una hoguera para quemar vivo a un muerto desde hace mucho, cuando descubrió a sus cuarenta años que ni es gracioso ni la inteligencia que cree haber recibido divina le sirvió para nada más que un programa de baja audiencia en T.V. local. Lo que deberíamos hacer como mexicanos y humanos es revisar ante quien nos quitamos el sombrero, si ese gesto es necesario y ante quién seguimos sumisos; revisar el trato que le damos a personas esenciales de nuestra cotidianidad y otorgarles el mismo lugar y derechos que a tod@s en la sociedad regulada, porque ¿De qué sirve la agenda nacional de la televisión cuando todo se acaba en el momento que ellos lo dicen con un nuevo estéril debate de cortinas de humo? Millones de mexicanos que no tienen acceso a estos medios se están muriendo lentamente de hambre, de desempleo y de olvido; millones de mexicanos que discriminamos por nuestra ignorancia de universos particulares.

Cambiemos, no seamos hipócritas, no seamos borregos ni seamos tan ciegos para ver, que el mundo como es, existe, que el amor como es, existe hermoso como sea que se dé, y que nuestra ceguera como es, es curable cuando se mira al cielo para tirarle a lo alto y no al deseo de otros valiosos, valientes y muchas veces tachados por puro y absurdo prejuicio.

Todo lo demás es miedo, temor a ser libre, incertidumbre a romper el paradigma que no existe salvo en la moral de su casa y su iglesia, porque la vida es tan justa que deja espacio a lo opcional, esto tan real como nuestra absurda soberbia a creer que lo aprendido es todo en la lección, y no es así, si no todas las uvas se harían fruta, y muchas, gracias a la vida, se hacen vino.

¡Qué opinen los ciegos y los sabios, que para todos lo demás existe Master Card! Yeah! Y quien diga lo contrario, que Dios lo perdone de su ignorancia aprendida...

Un abrazo.

Miguel.


Nota publicada en Facebook y reproducida con autorización de Miguel.

José Manuel

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