lunes, 12 de julio de 2010

Día del Abogado. Dr. Hugo Arriaga.

Con autorización expresa del autor, reproduzco el texto:


El 12 de julio de cada año, se festeja en México el Día del Abogado. La conmemoración data del año 1960 en que se eligió esta fecha, debido a que precisamente en este día, pero del año 1533, la Real y Pontificia Universidad de México dispuso que quienes se habían inscrito para cursar la carrera de Derecho, escucharan la primera cátedra sobre la materia impartida en América por el Lic. Don Bartolomé Frías y Albornoz.

En esta fecha se suelen hacer reconocimientos a juristas que ocupan cargos públicos, y que más de las veces no son abogados, pues esta actividad (que no equivale a la posesión de un Título de Licenciado, Maestro o Doctor en Derecho), sólo se realiza en la defensa de asuntos ante los tribunales. Así, sólo son abogados quienes despliegan el litigio, quienes preparan o contestan demandas y los diversos recursos que se pueden interponer, hasta el juicio de amparo. Por ende, muchos recipiendarios de diplomas, medallas y condecoraciones, que jamás han visto un tribunal o que nunca han representado a un cliente ante un juez, no pueden llamarse abogados, y tampoco sería motivo de festejo para ellos esta fecha. Es poca la atención que reciben quienes sí son abogados y hacen una extraordinaria labor en su calidad real de advocatus.

Esta costumbre de elogiar a quien tiene un cargo público parece provenir de otra insistente fórmula de conducta de los postulantes, y que se vincula con esa calificación que se nos hace de carecer de conciencia gremial, de ser individualistas, de criticarnos unos a otros. Mi buen amigo el Dr. Jaime Moreno Garavilla expuso en una informal reunión en la que estábamos acompañados del Lic. Ignacio Burgoa Llano, que esto obedecía a que a los abogados se nos enseña a pelear: somos modernos gladiadores, que esgrimimos leyes, jurisprudencia, lógica argumentativa, como otrora habrían empleado sus armas un retiarius o un secutor en la arena romana. Tiene toda la razón. Nuestra actividad es como la del gladiador cuando peleamos contra otros litigantes en los tribunales y hacemos prevalecer nuestro punto de vista, nuestra perspectiva, el interés que defendemos.

Pero nuestra batalla se ennoblece más y nos eleva a la calidad de caballeros andantes cuando nuestra pluma, cual lanza del astillero, pasa al ristre y al brazo con la adarga antigua de la Lex Legum, para desfacer entuertos jurídicos que como múltiples molinos que debemos derribar, se nos presentan en actos de autoridad impugnables con el juicio de amparo. El Maestro Ignacio Burgoa Orihuela solía rememorar en sus clases a su propio maestro, Don Vicente Peniche López, e imitando el agradable acento yucateco, relataba que éste decía que “el amparo es tan bello, tan bello… que lleva nombre de mujer”, a lo que mi buen amigo el Maestro Jorge García Sosa, con su inteligente y agudo ingenio añade que “al igual que a la mujer, tomo toda una vida comprenderlo”. Por eso es un arma tan hermosa y tan excepcional, por ello impele al abogado al culmen de su profesión, cuando enfrenta el poder, la arbitrariedad y acaso la vileza, con la razón, con la ley, con la Carta Magna.

Así, si bien los abogados no solemos ser unidos, cual dedos de una mano, al enfrentar al poder nos convertimos frecuentemente en puño que con los golpes de la iurisprudentia – la ciencia del derecho – , perseguimos el afán de la voluntad popular, de su desiderátum explícito en el texto constitucional. Esa es nuestra fuerza y es muy vasta.

¡Felicidades en esta fecha a los abogados, colegas y amigos!.


Hugo Arriaga
Arriaga y Domínguez, S.C.
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