jueves, 12 de agosto de 2010

El Viaje. Miguel Velasco Lazcano


Seis de la tarde. Por la calle la gente transita de sus oficinas a sus casas bajo un cielo gris del que se desprende un fuerte relámpago, y enseguida comienza a caer un aguacero.

A penas con tiempo para proteger su peinado, una señora alcanza a abrir su paraguas. Miguel corre bajo un toldo atiborrado de transeúntes donde obtiene una orilla que gotea su portafolios.

En la avenida los autos circulan pitándose, cerrándose unos a otros y los taxistas hacen su agosto levantando pasajeros que abordan todo vehículo de alquiler que se detiene. Miguel trata de subir en uno, pero en cada intento se lo ganan. Dentro del portafolio lleva la computadora donde están todas los archivos de su trabajo y si se moja la compañía se quedaría sin ellos porque no los ha respaldado.

Miguel logra detener un taxi, pero enseguida aparece una señora con su pequeña hija a la que cede el vehículo que parte. Bajo el toldo ya no hay espacio, las personas apretujadas se defienden de la lluvia en él.

Dejando a varios pasajeros con la mano extendida, frente a Miguel se detiene un taxi que le abre la puerta: “¡Súbase!, ofrece el chofer, y continua, “esta aguita se vino dura, mi amigo”.

-Parece que la naturaleza ya no riega con gusto el planeta sino que llora con lamento gitano. -Sentencia, Miguel, mirando por la ventana las grises nubes.

-¿Así es siempre de azotado?, -pregunta el taxista, mirando a Miguel por el retrovisor.

-¿Azotado? Qué quiera decir con “azotado”, ¿se refiere a exagerado?.

-Así es, Miguel, a eso me refiero, ¿no es cansado ver un drama en cada cosa común? ¡Digo! La lluvia es lluvia hace millones de años y su intensidad no tiene que ver con sentimientos sino con el cúmulo de humedad y punto.

-Cierto, pero hemos destruido tanto el planeta que a veces estas cosas parecen una venganza. –Juzga, Miguel, negando con la cabeza.

-Ja, ja, ja, -ríe, el taxista, carcajeándose-, ¿Hemos? Yo no creo que usted haya contribuido a esa degradación, mas bien lo que pasa es que usted hace de cada tragedia su problema y no es así amigo. Cuando uno va por la vida creyendo que debe involucrarse en cada asunto, el del problema es uno porque al final ni arregla nada y sólo envenena sus sentimientos. Es mejor enfocarse en lo de uno y cuidarlo. –Advierte el taxista, volviendo a mirar fijamente a Miguel a los ojos en el retrovisor.

-¿Será? No estoy seguro, señor, ¿si no es uno quien se involucre entonces quién? Si la sociedad no estamos atentos a nuestro entorno, ¿en manos de quién dejaremos las cosas? –Indignado, dice, Miguel.

-Pues en manos de la vida, muchacho, ella sabe más que nosotros, amigo. Si le digo que no se involucre no le sugiero que no se entere de las cosas, lo que debe hacer es no darles más importancia de la que deben tener porque entonces será como ese refrán, ¿se acuerda?: “Candil de la calle y obscuridad de sus casa”. Dígame ¿qué tendría de malo que en vez de llevar a sus hijos por la mañana a la escuela oyendo terribles noticias lo hiciera escuchando música con ellos y cantando, ¿acaso no le gusta harto cantar a su hija? Entonces, ¿a quién prefiere hacer feliz, a su hija o a un nacionalismo que no necesita de su obsesión informativa? Hay que pensar las cosas amigo, las prioridades siempre deben ser la familia, los amigos y en general la vida, disfrutarla porque un solo hombre no puede detener un huracán y en cambio si desatiende lo suyo sí puede crearlo, ¿me explico? –Aconseja, el taxista, buscando los ojos de Miguel en el espejo retrovisor.

Gruesas gotas resbalan por la ventana. El taxi espera detenido la luz verde del semáforo. En el carro se hace el silencio, y Miguel piensa en su hija; a ella la música le acompaña día y noche salvo cuando va con él escuchando las noticias por las mañanas, las notas de muertos sobre muertos que suceden en el país, sobre corrupción y sobre pobreza e injusticia, algo que aprendió Miguel de su padre y pensaba que era lo correcto mas ahora, con lo que le ha dicho el taxista lo entiende, ¿qué sentido tiene exponer a un niño que sonríe, que canta y es feliz a la tragedia adulta, al dolor? Es mejor forjar niños amorosos que consientes, porque a la larga, cuando sean adultos, sólo se informarán obsesivamente pero no sabrán amar la tragedia de otros sino únicamente atestiguarla.

-Tiene razón, -exclama Miguel, dejando escapar enseguida un suspiro-, sería tan fácil esto de vivir si uno se diera cuenta a tiempo de lo que hace mal.

-Ja, ja, ja, –vuelve a carcajearse el taxista, y sigue-, no mi señor; le digo, usted se azota demasiado; la vida no sería vida si uno no aprendiera de ella todos los días, a veces de forma hermosa como aprender a leer cuentos y otras con dolor. La vida, Miguel, es tormentosa en la medida que uno no aprenda a aceptar sus errores, cuando uno va insolente pensando que la razón se la dan estudiados argumentos y no, amigo, la vida es bella cuando uno va ligero de equipaje, disfrutando lo cercano con quienes ama y no pensando en lo lejano distanciándose de ellos, ¿me explico?

-Sí, de hecho usted explica muy bien las cosas complejas de la vida, hace de lo sencillo su discurso y eso me gusta.

-Así es, Miguel. Para explicarse muchas cosas de la vida simple no se requiere pensar demasiado sino sentir profundamente, los besos no se estudian amigo, se dan, se sienten.

-Pues sí, es cierto, ¿quién analiza un beso? –Se pregunta, Miguel, recordando las veces que no besó a su esposa por pensar en las barreras que los separaban, en los grandes muros que había que trepar para vencer las diferencias que creía posible arreglar con palabras cuando un beso hubiera sido capaz de derrumbar esas paredes para después dar paso al discurso-, ¿Sabe algo? Los besos que no se dan a tiempo quedan atrapados en la memoria de un adiós, enjaulados en el recuerdo que los empuja hasta la boca para quemar los labios. Tiene toda la razón, pensarse los besos es una gran estupidez porque cuando ya no se pueden dar ni se tiene la seguridad de poder volver a hacerlo, pesan, los labios pesan para hablar de cualquier cosa.

-Cierto, muchacho, pero quizá no deban quedarse atrapados, con un poco de suerte y mucho trabajo en uno, usted puede aprender a dejar de pensar tanto y entregarse más; lo importante, Miguel, es desear esos labios que ama con todas las ganas del universo, poner atención a cada momento de lo que hizo mal y cambiar, porque cambiar es crecer, no ser diferente; usted es bueno, amigo, lo que pasa es que a veces es pendejo, todos los hombres pasamos por eso, amar no es fácil, si lo fuera todos podrían hacerlo pero no, Miguel, le aseguro que amar es una capacidad sólo otorgada a quienes encontrarán con quien compartirlo, pero si al darse ese encuentro uno pierde la atención de lo importante por ver el brillo del oro y el aparador, entonces habrá caído en la tentación de la vanidad y eso, mi señor, eso no lo perdonan las mujeres porque ellas no aman la inteligencia de un hombre ni su discurso, sino que las protegen, que las impulsen y que las sepan besar, ¿usted besa rico? –Indaga, el taxista.

-Ja, ja, no sé, supongo; lo que sé es que a la mujer de mi vida la sabía besar con amor. –Recuerda, Miguel, haciendo una carita feliz en el vidrio empañado. -¿Sabía? ¿Ya no sabe? –Pregunta, inquietado, el taxista, levantando una ceja por el retrovisor.

-Bueno, bueno, sé, pero usé tiempo pasado para ser, digamos, objetivo.

-Pues eso no es ser objetivo, mi amigo, ¿quién es usted para saber en tiempo pasado lo que le sucederá en el futuro? Al futuro se debe ir con esperanza, con la idea de lograr lo difícil, lo probable y hasta lo que parece imposible, de otra manera está predestinado las cosas y eso además de estar equivocado es tratar de controlar el destino. Usted piense lo que desea, no lo que debe, acuérdese, los milagros existen pero sólo los puede entender quienes al salir a la calle se sienten vivos, no quienes sufre como muertos su dolor. –Asegura, el taxista, cerrándole un ojo a Miguel por el espejo.

-Es verdad, pero hay veces que el dolor es tan intenso que se lleva en la piel, en las manos y siempre en el pensamiento. –Dice, Miguel, suspirando largo.

-Pues está bien si le duele, amigo, pero no piense en su dolor, piense en el de su esposa, en el de sus hijos porque ese debe ser el suyo ahora; lamentarse por lo que usted sufre no sirve, mejor aprenda a gozar la vida, a valorar lo que tiene y verá como su dolor desaparece porque debe luchar, intensamente deberá dar la batalla más importante de su vida si quiere recuperar a su familia.

El taxi se detiene frente a la casa de Miguel. Ha dejado de llover, y la tarde gris se despide con una puesta de sol anaranjada.

Miguel mira la entrada de su casa, y vuelve a suspirar. Dentro nadie lo espera. Busca las llaves y enseguida saca la cartera para pagar al taxista.

-No es nada amigo, yo lo traje porque quise. Piense que este viaje ha sido pagado por alguien que desea que deje de sufrir para que comience a enfocarse en lo que debe, en el amor a su familia, en cambiar. –El taxista se gira al asiento trasero, su rostro es de una paz absoluta como lo es su mirada que clava en la de Miguel, y sigue-. Entre sin miedo; no piense en el problema sino en la solución y acepte, que si la vida quiere que usted sea feliz debe pasar por pruebas difíciles que lo harán el hombre que desea su familia y usted, así que vaya, Miguel, entre y escriba un cuento donde les hables, donde convoque a su familia con todas sus ganas y donde al fin ellos puedan descubrir que dentro de usted, en su corazón hay un hombre de amor, no de convicciones ni de ideas cerradas que en la tiranía de sus ideas usó formas absurdas para amar. Nunca es tarde, Miguel, nunca mientras la vida siga y uno esté dispuesto a entregarse a ese amor con amor. Vaya, mañana verá las cosas con nuevos ojos y quizá, si lo hace bien, a su lado estarán ellos observando con usted el maravilloso mundo.

Ahora empieza su verdadero viaje.

FIN.

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