jueves, 15 de mayo de 2014

Del valor civil. José Manuel Gómez Porchini




Del Valor Civil.[i]


Cuando sufrimos una ofensa, la actitud más fácil es dirigirle al agresor, normalmente sin que se dé cuenta, la mayoría de los epítetos que conozcamos.

Lo más fácil, cuando creemos que el enemigo es superior a nosotros, es permanecer callados, aún cuando por dentro estemos como caldera a punto de reventar del coraje.

Lo más fácil es asumir que nos corresponde agachar la cabeza, soportar la injuria y seguir la vida. ¿Para qué meternos en problemas?

Sin embargo, pararse ante el contrario, decir de frente lo que nos duele, lo que nos lastima, sin esperar una disculpa, sin esperar que reconsideren su actitud, pero sí, siempre, seguros de que el otro habrá de conocer nuestro sentir, cuesta mucho trabajo.

Hace unos días me comentaba un amigo, que vio la forma en que se cometía un robo dentro de una tienda, pero prefirió salir del local, temeroso por él y por su familia que lo acompañaba. Me pidió mi opinión.

Hablar desde fuera del ruedo es muy fácil. Por supuesto, le dije que lo correcto hubiera sido avisar a la guardia, pero su respuesta me desconcertó: El guardia se había dado cuenta y no dijo nada. 

Es decir, el encargado de salvaguardar los bienes del patrón, del centro de trabajo que le da de comer a él y a su familia, el responsable de que no existan robos, ¡estaba coludido con el ladrón!

Me quedé pensando en la forma que debe seguirse para tener la seguridad de que los encargados de cuidar el orden, de que los encargados de que las leyes se respeten, realmente se comprometan con su cometido.

Traje a mi actualidad mis clases de Civismo de la Secundaria, cuando nos enseñaban lo que es El Valor Cívico. Recordé los libros de “El Buen Ciudadano”, que contienen lo mínimo que debe saber un ciudadano para hacer valer sus derechos.

En eso consiste: en saber cuáles son nuestros derechos y exigir que se respeten. Volvemos a la educación. Si no sabemos a qué tenemos derecho, menos vamos a saber cómo defenderlos.

Hoy tuve un día muy ajetreado. Empezó temprano, al llevar a mi esposa a la escuela donde imparte cátedra. En el camino, nos atacó, pues no puede decirse de otro modo, un vehículo de reparto de una empresa de mensajería, de esos amarillos con tres letras rojas, transnacional. No digo el nombre, no por miedo o cobardía, si no para no hacerle publicidad gratis y además, por que la respuesta que obtuve casi me satisface.

Siguiendo mi forma de ser, tomé mi celular y marqué el número que aparecía en el camión. Por supuesto, no contestaron pues la negociación o el empleado, cambian un número o de alguna manera ocultan los datos, para que la gente no se queje.

Sin embargo, después de mi peregrinar del día, de acudir con los miembros del Colegia de Abogados de Monterrey a montar una guardia de honor en homenaje a uno de los Abogados más connotados que nuestro país ha dado, precisamente por defender sus ideales contra viento y marea, Don Benito Pablo Juárez García, de un almuerzo muy sabroso en un restaurante que no conocía pero al que vale la pena regresar, de una plática aún más sabrosa que el almuerzo, con algunos de los Abogados de mayor prestigio de nuestra ciudad, acudí a las instalaciones de la empresa de mensajería.

Me entrevisté con Omar, el encargado de la negociación, a quien le hice saber la forma en que fui atacado por la unidad de la empresa que representa, unidad conducida por un émulo de King Kong, acompañado de otros dos que tranquilamente podrían haber sido sacados del patíbulo.

Externé mi queja y le dejé mis datos. Ahora no sé si vaya a tener repercusiones, pues me aseguró que habría de tomar cartas en el asunto. Se disculpó en todos los tonos y me dijo: Si Ustedes, el público, no avisan a la empresa lo que pasa, nosotros nunca lo vamos a saber. Vamos a pensar que todo está bien.

Mi expresión fue: No se vale. No se vale que sus conductores, sin cultura de manejo, utilicen vehículos pesados para atacar a quienes tratamos de seguir las normas de tránsito. Va también para algunos empleados de otras empresas, no es exclusivo de las de mensajería.

Llegué a casa, ante mi máquina y empecé a revisar mis correos. Encontré respuestas a los que había enviado temprano y encontré una, que fue la que me motivó a escribir esta nota.

Recibí, por interpósita persona, el texto que el Magistrado Arenas, a quien por cierto no he tenido el gusto de conocer personalmente, envía a la comunidad jurídica donde informa haber retirado su candidatura a la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia del Estado y da a conocer las, para él, razones de su actitud. También recibí la nota que aparece elaborada a nombre de los Abogados Enrique Ocañas Méndez y Rafael T. Guerra Escobar, quienes le piden haga valer sus derechos ante la autoridad de amparo o renuncie al cargo de Magistrado.

En su momento, yo me sumé a quienes lo felicitaban y lo dejé de manifiesto en una sesión del Colegio, precisamente por que me pareció valiente su actitud de actuar en forma poco ortodoxa. Me llamó poderosamente la atención que hubiera uno, siquiera uno, que siguiendo el deber ser, no el ser que nos apabulla, hiciera valer su deseo e inquietud por aspirar a algo más. Por querer ser y hacer más, no por querer tener más. Al menos así me pareció en su momento. Por eso lo aplaudí.

Debo decir, sinceramente, que me dolió que hubiera desistido de la candidatura al cargo al que él solo se había propuesto.

Sin embargo, si un encargado de hacer respetar la ley, si un prohombre de nuestro pueblo, distinguido con un cargo que debería vestir y arropar a quien lo ostenta con los máximos valores cívicos, si un líder a los ojos de los demás, se arredra y renuncia a lo que, legalmente o no, podría tener derecho, ¿qué nos deja a los simples mortales?

Si todo un Señor Magistrado, entendiendo el término Señor como derivado de Señorío, de potestad, de ser garante de vidas y honras, desiste de su intento y permanece con las actitudes descritas al inicio de esta nota, es decir, soporta las bajezas que le son inferidas, renuncia a su derecho a defenderse, cuando él es el encargado de defender los derechos de los demás, ¿a qué le estamos apostando?

Implica ello que yo no deba quejarme de los ataques de los gorilas de las empresas de mensajería, que no deba denunciar mi amigo al ladrón de la tienda por estar coludido con los encargados de la custodia de los bienes a ellos depositados, que aceptemos con deshonra las ofensas que nos sean inflingidas.

Ahora bien… ¿Y si repartiéramos ejemplares de “El Buen Ciudadano” entre nuestras autoridades?

Tal vez encontrarían en los libros lo que significa el valor civil, es decir, los arrestos necesarios para hacer ver lo que está mal, precisamente para que esas situaciones no se sigan dando.

O, ¿será mejor acaso que permanezcamos callados, soportando cuanta injuria decidan inflingirnos? ¿Verdad que no?

Por eso quiero seguir dando clases. Por que he tratado de que mi actuar sea congruente con mi decir. Ojalá Usted conozca de alguna Institución a la que pueda servir.

Por eso también escribo. Por que creo firmemente que algunas cosas no deben seguir como han estado. Por que creo que México debe salir adelante. Por que confío en nuestro país y en sus hombres y mujeres. Sobre todo, en aquellos que demuestran ser muy hombres o muy mujeres, según sea el caso.

Y que conste. Existen más de los que Usted se imagina. Son los que van a lograr que nuestro país cambie.

Por que creo que haciendo valer y saber a ojos vistas lo que lastima a nuestro pueblo, habremos de salir adelante.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.


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