sábado, 14 de junio de 2014

Querido Papá. Yolanda Cantú García




Querido Papá:

Hoy quiero decirte tantas cosas, brindar por las que dije y darle alas a las que me has inspirado en silencio y que guardo en mi corazón.

Contigo a mi lado he podido darme cuenta que ser padre es una ardua tarea que se emprende sin instructivos y ahora que estoy a punto de iniciar esta nueva etapa en mi vida, espero ser el árbol firme y fuerte que siempre he visto en ti, el que aún en las peores adversidades, mantiene sus raíces atadas a la tierra y goza de su gran esplendor en los días de sol.

Te admiro por tu lucha constante de alcanzar tus metas con las manos limpias, por encontrar siempre algún aprendizaje de los errores y por valorar los peldaños grandes y pequeños del éxito. Admiro tu filosofía acerca de que las oportunidades y el mundo son de los audaces y que no siempre brilla el más inteligente, sino el que crea y hace que las cosas sucedan. Admiro cómo potencializas el éxito de los demás, el carisma con el que conquistas a las personas, tu apertura a lo desconocido y la manera en que te conectas diariamente con el Universo. Pero lo que más admiro de ti, es tu alma de niño.

¡Cómo disfrutaba los fines de semana contigo! Correr por las plazas, ir a las ferias y chocar nuestras manos cada que descendíamos del carrusel. Las carreritas en la bicicleta eran lo máximo y cómo olvidar al mismo tiempo las visitas al botiquín de mamá, por mis innumerables caídas.

Las navidades eran mágicas, sobre todo cuando escribíamos la cartita a Santa Clós, la atábamos a un globo y la despedíamos hasta que desaparecía en el cielo.

Me recuerdo cada tarde en aquella ventana, esperándote muy puntual a nuestra cita de las seis; valía tanto la pena, ya que ver regresar del trabajo al mejor de los súper héroes, abrazarlo y que me levantara en brazos, era el mejor de los rescates.

Pero un día, todo cambio. No llegaste más a nuestra cita, la bicicleta se oxidó y los fines de semana guardaron silencio… te habías ido muy lejos, tan lejos que la única forma de volver a ti, era cambiar mis brazos por un par de alas.

Muchos trataron de reparar esa ausencia, pero indiscutiblemente no había reemplazo. Mamá me decía todas las noches que te habías ido para darnos un futuro mejor, ¿pero cuál futuro mejor? Sí con el sólo hecho de tenerte a mi lado lo tenía todo.

Constantemente trataba de hacer trueques con el universo: durante los recreos le daba de comer a los pajaritos para ver sí en un descuido, te traían volando hacia mí. Pero eso nunca sucedió.

Así pasaron varias navidades, y una mañana, empacamos las maletas y emprendimos un largo viaje. Recuerdo una ventanita por la que se podía ver el día y la noche juntos en el horizonte. Cuando por fin tocamos tierra, aún no comprendía lo que estaba pasando, pero de pronto, a lo lejos, entre mucha gente, te vi. Los guardias de aquel lugar tuvieron que correr tras de mí, pero no hubo poder humano que me detuviera para llegar a tu lado y abrazarte con todas mis fuerzas.  Años después, al traer a mi memoria aquel día, comprendí que la fe es una fuerza poderosa, capaz de abrir los mares y desaparecer montañas.

Al principio, fue difícil vivir en aquel país donde todo era desconocido, sin casa, sin juguetes, sin amigos, sin perro, pero no importaba, por que nuevamente te tenía a mi lado.

Al entrar a la escuela de aquel lugar, durante varias semanas te sentaste por las tardes conmigo para enseñarme a vencer el miedo en mi primer clase ante al grupo y en otro idioma; delante de un espejo, practicamos cómo caminar entre el público y memorizamos los diálogos de tal manera, que cuando tocó mi turno de hablar frente a todos mis nuevos compañeros, me felicitaron las maestras por la naturalidad y precisión al hablar. Pero más que eso, esas semanas aprendí que la constancia y dedicación forjan la determinación y el carácter para vencer lo imposible.

Pasaron años felices a tu lado y llegó el momento en que me convertí en una señorita. Ese día llegaste con un enorme ramo de rosas de muchos colores, me abrazaste y me dijiste que estaba por recorrer un camino, en donde la inocencia y la madurez se mezclarían para dar como resultado a una hermosa mujer y que algún día más adelante, podría llegar a crear el milagro de la vida. Con ese detalle me enseñaste a valorar la bendición de ser mujer.

Recuerdo mi primer serenata al cumplir quince años. Llegaste como un fiel enamorado al lado de mi abuelo y mis hermanos, bailando en la cochera de la casa. Nunca se me va a olvidar tu manera de presentarte e interrogar a mis novios, que mediante un toque alegre y firme les dijiste que un padre siempre velará por la integridad de una hija y que la base de toda relación es la confianza, el respeto y el amor. Por ti aprendí que el noviazgo es una etapa de conocimiento, y que en dado caso de tomar caminos diferentes, es de madurez perdonar y emprender la amistad, porque en esa medida, iba a tener grandes amigos y las puertas abiertas para siempre.

Cuando comencé mis estudios universitarios, tengo muy presente la mañana en que emprendí mi propio viaje. Con lágrimas en los ojos me dejaste ir, diciéndome que la vida no es fácil y que las tentaciones serían seductoras, pero que diera lo mejor de mí y valorara apasionadamente mis metas para brillar ante el mundo. Gracias por ser mi mejor guía de vida papá, porque más allá de los bienes materiales, el verdadero regalo que me llevé aquel día y sigo llevando conmigo, son todos los aprendizajes con los que he ido creciendo estos años. Gracias a ti he aprendido que la vida es como una pieza de baile: bailas, caes, te levantas, te equivocas, perfeccionas, sin detener nunca la música. Logré aprender de ti que el miedo es mejor afrontarlo y que el éxito no llega a la primera.

Valoro que me hayas enseñado la importancia de la humildad ante quien tenemos enfrente, sin importar su condición ni su historia, sino simplemente el hecho de ser persona. Gracias a ti aprendí que un hombre no se mide por su belleza física y reconocimientos superfluos, sino por su potencialidad de luchar por sus sueños y la nobleza de su corazón. Te agradezco hacerme saber la importancia de ayudar al prójimo, sin dárselo todo a manos llenas, pero sí motivándolo a despertar su máximo potencial; la importancia de ser una mujer íntegra en todas las áreas de mi vida; que la verdadera educación, no la da la escuela, sino los valores aprendidos en la familia y que más allá de un título rimbombante, es más importante tener un lugar asegurado en el cielo. Gracias por abrazarme y secar mis lágrimas. Por estar a mi lado cuándo todos me han dejado y por degustar juntos la gloria del éxito con un buen vino.

Agradezco haber aprendido de ti que crecer duele, amar duele, perdonar duele, luchar duele, pero qué mejor regalo que me dieras estas hermosas alas para volar.

Cada enseñanza tuya, la guardo como un regalo único.


Te quiere, Yolanda.







Nombre y apellidos de la autora: Yolanda Cantú García.
Entidad Federativa: Monterrey, Nuevo León.
Categoría en la que participa: Categoría “B”
Tema: El valor que tienes para mí.
Título de la carta: Querido Papá.
A quién va dirigida la carta: Papá.

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