Á MI MUY QUERIDO AMIGO EDUARDO FRANCO 
En la acción de San Lorenzo, 
Triste para el suelo patrio, 
Cuando Comonfort luchaba 
Como un antiguo espartano, 
Siendo su lúgubre alfombra 
La sangre de sus soldados; 
Cuando el humo ennegrecía 
La atmósfera de su campo 
Como ennegrecer las trombas 
Al mar que ruge agitado; 
Cuando ya faltaban hombres 
Pues los fieles y los bravos 
Por la metralla francesa 
Murieron acribillados; 
Comonfort buscó entre todos 
Los pocos que le quedaron, 
Al que llevara en la lucha 
Como un tesoro sagrado, 
La bandera de la patria, 
Pues temió que de sus manos 
El victorioso enemigo 
Se la hubiera arrebatado. 
«Que venga Ignacio Rivera» 
— Gritó Comonfort temblando — 
«General: Rivera ha muerto, 
— Respondió al punto un soldado — 
«Yo al pasar vi su cadáver 
Lleno de sangre en el campo. » 
«¿Y la bandera?» — «No he visto 
Que tenga nada. 
— «¡Está claro!» 
«El francés, estoy seguro, 
«Se la quitó de las manos, 
«Busquemos ese cadáver 
«Porque Rivera fué un bravo 
¿Y hagámosle los honores 
«Merecidos á su rango. 
Entre montones de muertos 
Al pie de un cerro hacinados, 
Hallóse al jefe que en vida 
«Riverita» le llamaron, 
Cubierto de polvo y sangre, 
El rostro cual cera pálido, 
Con el marcial uniforme 
Bien puesto y abotonado, 
En hombros de sus amigos 
A Comonfort lo llevaron. 
Comonfort miró el cadáver 
Mal reprimiendo su llanto, 
Y al contarle las heridas 
En el pecho y en el cráneo, 
Vio en su cuello un lienzo verde 
En fresca sangre empapado: 
Desabotónanle todos 
El uniforme en el acto, 
Y hallan ceñido á su pecho 
Que las balas destrozaron, 
del cuerpo de Zapadores 
El pabellón sacrosanto. 
Ya contener no pudieron 
Sus lágrimas los soldados; 
Comonfort enternecido 
Por el hecho de aquel bravo 
Ordenó que se le hicieran 
Honores al sepultarlo, 
Y que su ataúd cubriesen 
No con flores ni con lauros, 
Sino con el lienzo hermoso 
Que lo amortajó en el campo: 
Con la bandera bendita 
Que le sirvió de sudario! 
1893.