Por: José Manuel
Gómez Porchini, Jueves, 31 de Mayo de 2007
El pasado
miércoles recibí un mensaje electrónico de la Dirección de Agenda de la
Presidencia de la República, invitándome a la Ceremonia de Presentación del
Proyecto Visión 2030: El México que queremos, por el C. Presidente de la
República, a celebrarse el día 21 de mayo del 2007 en la Ciudad de México, a
las ocho horas con treinta minutos.
Por supuesto,
escribí contestando el correo y solicitando, eso sí, de manera muy amable, me
confirmaran si era un mensaje a mi nombre o si era parte de un envío masivo.
Solicité me confirmaran vía electrónica o a mi celular.
Lo olvidé, hasta
que el jueves 17, recibí una llamada, personalmente, del C. Director, para
confirmar que sí era requerida mi presencia. Quiero decirle, sólo a Usted, que
la alegría que me embargó, cuando colgué el teléfono celular, fue mayúscula.
Tanto, que quien me acompañaba y a quien le he contado mis esfuerzos, preguntó
asustado: –Licenciado, ¿qué le pasó?-.
Le conté todo,
el correo, mi respuesta, la llamada y entonces me dijo las palabras que he
venido escuchando desde hace tiempo: -Ojalá se haga realidad el proyecto-. Aún
no encuentro otro motivo para la invitación, que el que alguien haya visto la
tesis sobre seguridad social que Usted conoce y que he tratado de hacer valer.
Por supuesto,
confirmé mi asistencia al Alcázar del Castillo de Chapultepec. Llegué a mi
lugar de trabajo, a solicitar el permiso mediante el día económico
correspondiente, pues no es cosa de dejar de atender una solicitud de la
oficina del C. Presidente de la República.
Empezaron los
trámites y los nervios. Mi esposa, a localizar vuelos, hotel, etc. Mis hijos y
yo, a terminar los trabajos que habríamos de hacer para el fin de semana. En la
oficina, a dejar en paz y en orden mis asuntos, para cumplir con lo
establecido.
Viajé a la
Ciudad de México. Preciosa, como siempre. Lástima que tenga tantos habitantes.
Acababa de llover, el piso parecía regado; la gente, jovial, amable y hasta
podría decirse, dispuesta a hacer amigos. Toda vez que la invitación claramente
señalaba que la hora de reunión sería a las ocho y media de la mañana, y que
solicitaban la presencia de los invitados con ciento veinte minutos de
anticipación, tomé las providencias del caso, pues he tratado, desde siempre,
como lo aprendí, a ser respetuoso de los tiempos de los demás y a llegar a
tiempo.
Total, llegué al
Castillo. El despliegue de las medidas de seguridad, impresionantes:
identificación en mano; listas de invitados, revisándolas dos o más veces;
arcos de seguridad, también dos veces, etc. Presentes, el gabinete en pleno y
además, el ampliado. Usted ya ha de haber visto la noticia en prensa y
televisión.
También
presentes, los líderes de los partidos políticos, los presidentes de los
organismos cúpula en México, investigadores, académicos, empresarios y quien
escribe. Traté de ubicarme en un punto estratégico, pues llegar a tiempo ayuda
a conseguir mejor lugar. Me senté en la segunda fila, exactamente atrás de
quienes han de ser los interlocutores válidos de la propuesta.
Por Usted, por
México y atendiendo a las palabras del C. Presidente Felipe Calderón Hinojosa,
que ha venido manejando en el sentido de que debemos unir esfuerzos para
construir el México que queremos, mi tema de conversación fue la propuesta de
seguridad social que hemos venido comentando.
Le expliqué, a
todos los que tuve a mi alcance, que se pueden introducir en la Carta Magna el
derecho al ahorro y a la seguridad social como garantías individuales, lo que
serviría para que, mediante el uso de tarjetas deslizables, cada uno que
tuviera C.U.R.P., podría tener una cuenta de ahorros en la que se depositara el
equivalente a uno, dos o más puntos del I.V.A, para garantizar pensiones. Usted
ya conoce la propuesta.
Les gustó la
idea. Lo entendieron y me pidieron la hiciera llegar por escrito. Hubo
intercambio de tarjetas con funcionarios del más alto nivel. No había de otros.
Algún ayudante, discreto, tomó mi tarjeta y me entregó la de su superior, para
efecto de ponernos en contacto.
Me entrevisté
también, con los presidentes de diversos organismos de carácter privado, pero
que son de los que siempre tienen intervención en la sociedad. Igual, hice
valer mi propuesta.
A las ocho y
media, exactas, llegó el C. Presidente Calderón. Para entonces, ya estaba todo
dispuesto. El acto empezó puntual, muy puntual. Creo que es un principio de
orden que deberían seguir sus subalternos, aquellos que pagamos Usted y yo con
nuestros impuestos y que creen que se merecen la gloria sólo por existir.
Imagínese: el día, apenas despuntando. La mañana, fresca. El Alcázar del
Castillo de Chapultepec, majestuoso. Empezó el Maestro de Ceremonias y pidió a
los presentes entonar el Himno Nacional. El silencio, impresionante. Todos,
empezamos a cantar con gran emoción. Vale la pena estar en un acto así de
solemne.
Una vez que
concluyó el Himno Nacional, empezó la explicación del C. Presidente Calderón.
No me atrevo a repetir las cifras y datos que él manejara, pues aquello es
digno de un estudio muy a conciencia. Sólo le puedo decir, que el México que
plantea, es aquél que deberíamos tener, en el que deberíamos estar.
Concluyó el
evento y el C. Presidente fue a despedirse de mano de quienes estaban en las
primeras filas. Me tocó saludarlo. Créame, encarna al Poder Ejecutivo y se
siente. Terminó. Nos retiramos apenas pasadas las nueve cuarenta horas de la
mañana de aquél lunes que dejara en mí, una impresión perdurable.
Salí del
Castillo de Chapultepec al Paseo de la Reforma. Qué impresionante avenida. Qué
hermosa es. Ojalá tenga Usted oportunidad de recorrerla. Creo que ese es el
México que queremos, por el que estamos luchando: uno grande, fuerte, poderoso,
con cimientos de acero, alma de guerrero y corazón de hermano.
Créame, México
debe salir adelante. Tiene todo para hacerlo. Sólo es cuestión de que Usted y
yo hagamos la parte que nos corresponde. Lo demás, viene solo, por añadidura.
Lo único que yo
le pido, es que haga llegar su sentir a su diputado, a su senador.
Me gustaría
conocer su opinión.
Vale la pena.
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