Nota: Recibí mensaje electrónico del Taller de Derecho Laboral en el que me hicieron llegar el siguiente texto. Lo comparto por la importancia del autor y para que usted pueda estar debidamente informado de los avances en materia de seguridad social en el mundo.
José Manuel Gómez Porchini
ASOCIACIÓN IBEROAMERICANA DE DERECHO DEL
TRABAJO Y LA SEGURIDAD SOCIAL (AIDTSS)
«XIX CONGRESO IBEROAMERICANO DE DERECHO
DEL TRABAJO Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL»
Buenos Aires, Argentina, 30 de octubre a 1 de
noviembre de 2013
“La Seguridad Social y el incremento de la
informalidad laboral”
Autor: Dr. Ángel Guillermo Ruiz Moreno. [1]
Sumario: 1. Introducción al tema. 2. La informalidad
laboral. 3. El punto jurídico en la temática del sector informal en el mundo.[2]
1. Introducción al tema.
Cuando nuestras necesidades básicas están
cubiertas al tener un empleo formal de duración indefinida, con expectativas de
ascensos, prestaciones completas y seguridad social, nos parece el mundo un
poco más amable, la vida más vivible y disfrutable. Cierto, la política de
pleno empleo tuvo su “época dorada” a partir de la segunda mitad del siglo XX,
una época que nos permitía a la mayoría soñar con un futuro mejor.
Tan sólo medio siglo después el mundo es ya muy
distinto y el futuro enormemente inquietante. La concentración del poder
económico en pocas manos y la híper tecnología permitieron crear una nueva
economía basada en la informática, la que va destruyendo lenta pero
inexorablemente enormes cantidades de puestos de trabajo sin posibilidad de
reposición; el uso indiscriminado de la tercerización laboral, el constante
fraude laboral, la flexibilización al extremo de las condiciones laborales para
obtener mayores márgenes de ganancia y posición global, junto a la reducción
sistemática de prestaciones y de salarios, han puesto en el siglo XXI contra la
pared el empleo formal —mismo que la OIT prefiere denominar trabajo
decente—, que sin remedio ha quedado atrapado en un laberinto sin escape en
donde la llave de salida nos parece un contrasentido, una idea fallida acerca
de la cual habría que reflexionar con absoluta seriedad: ¿a salario cero…
empleo infinito? [3]
Porque la supresión de intermediarios entre los
productores de bienes o servicios mediante el uso de internet, que les conecta
de manera directa con los consumidores, ha establecido como inercia mundial el
que las empresas del futuro necesiten cada vez menos de mano de obra asalariada
sin una cualificación especial.
El punto focal y la paradoja que todo esto
encierra es que si bien el trabajador asalariado ha dejado de ser un factor
imprescindible para el capital, éste lo necesitará más que nunca pero como consumidor;
aquí el problema es que sin empleo fijo y sin salario seguro, ¿quién comprará?
2. La informalidad laboral. [4]
Cualesquiera que sean las causas que haya
generado el conflicto, lo único cierto es que el trabajo formal ha mudado de
piel de forma dramática a partir de los años ochenta del siglo XX, aunque
todavía hay Estados, organizaciones e individuos que creen como un dogma de fe
que el ciclo del pleno empleo volverá. Por nuestra parte, tras indagar causas y
efectos, todo hace suponer que no lo hará, y menos en sociedades como las
actuales que se hallan inevitablemente fragmentadas por multitud de razones.
Ubicados en este escenario, si de sobrevivir y
contar con ingresos económicos suficientes se trata, la única opción que le
queda a quienes necesitan ingresos es buscarse una auto ocupación. Después de
todo millones de seres humanos han quedado desempleados en los últimos años,
sobre todo a raíz de la Gran Recesión que ha afectado a más personas que
ninguna otra crisis financiera y económica desde la Gran Depresión. Ven
con razón un nicho de oportunidades en el trabajo informal para tener casa,
vestido y sustento.
La opción de la informalidad laboral como un
medio temporal de subsistencia es lo que ha permitido sobrevivir a millones de
seres humanos en el mundo, quienes la mayor de las veces, sin desearlo, han
debido entrar a ciegas al mundo inhóspito e inseguro del sector informal de la
economía tratando de ganarse la vida; hecho que por sí mismo demuestra la
enorme fragilidad humana, pues no contar con empleo fijo y paga periódica
suficiente será la gran diferencia entre un estilo de vida y otro, porque a fin
de cuentas toda la gente trabaja y se esfuerza a diario de una u otra forma.
Por eso aun en este inframundo de la
informalidad laboral hablaremos siempre de trabajo, ya que se tenga o no
empleo, todo el mundo trabaja. Desde luego que trabajo y empleo no
son conceptos sinónimos, pues todos debemos trabajar seamos o no empleados
subordinados, si bien las condiciones en que se labora en uno u otro escenario
son diametralmente distintas.
En el ambiente de la informalidad laboral no
sólo el trabajo es precario y el ingreso es exiguo —a veces apenas simbólico—
sino que las prestaciones laborales no existen; no hay salario alguno,
vacaciones ni aguinaldos, o días de descanso semanales ni pago de tiempo
extraordinario laborado; y la seguridad social es de suyo inexistente, o mejor
aún: no hay seguridades de ningún tipo.
Tampoco hay autoridad alguna que nos auxilie
debido a que precisamente será ella —la propia autoridad administrativa, o la
policíaca en su caso— quien se encargará de acosar y perseguir al auto ocupado
al suponer a priori que se halla fuera de la legalidad normada,
tratándole prejuiciosamente como un trasgresor de la legalidad, como un
potencial delincuente. ¡Y si tiene la apariencia de ser extranjero, ya sea por
los rasgos físicos o la vestimenta utilizada, el problema será todavía mayor!,
pues con inusitada frecuencia coinciden migración ilegal e informalidad
laboral, como lo hemos podido demostrar en la obra de nuestra autoría
intitulada: Seguridad Social obligatoria para trabajadores migrantes e
informales. [5]
Nos consta que sufrir en carne propia la
informalidad laboral es una de las experiencias más desagradable que pueda
sucederles a los seres humanos, en este mundo complejo que además de inseguro
suele ser injusto. Hasta que uno se acostumbra, pues no hay alternativa
posible... y los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos a todo, menos a
no comer.
Éste es el drama humano —que no jurídico,
económico o social, sino humano— que abordamos en este ensayo sobre el sector
informal en México.
Por pertinencia metodológica no nos detendremos
en aspectos conceptuales, ni en las razones de causa / efecto de este asunto
que es crucial atender para México y muchos países; un tema un tanto trillado,
que ha sido objeto de estudios continuos desde los años setentas del siglo XX
por académicos de las ciencias sociales —aunque en mucho menor medida por los
juristas— y sobre el cual, como sucede en el caso específico de las migraciones
internas o externas para fines laborales, ríos de tinta se han usado a la fecha
aunque sin diagnosticarlo correctamente, ni dimensionarlo de manera tal que
permita proponer soluciones sensatas para resolverlo.
Cabe añadir que la existencia de la informalidad
laboral es con mucho anterior a la existencia del Derecho del Trabajo, pues
inevitablemente va atado a la evolución de las sociedades humanas. Así como la
ciencia del Derecho es la historia de la humanidad, así también el trabajo
informal data de épocas tan remotas como lo es la necesidad de subsistencia.
Imposible entonces que en un simple ensayo, ni siquiera en un libro por
voluminoso que sea abordar todos los perfiles y aristas que nos presenta este
complejo fenómeno tan profundamente humano, social, económico y jurídico, sobre
el cual hay millones de datos disponibles, aunque su confiabilidad siempre
dependerá de factores tales como la fuente que ha elaborado la estadística, su
rigor metodológico, el grado de confiabilidad y margen de error, hasta el uso
mismo que se le da a la información obtenida o consultada siempre susceptible
de ser intencionalmente manipulada.
Por otra parte, entendemos que existen sutiles
diferencias —pero diferencias al fin— entre conceptos generalmente utilizados
para hacer referencia a esta temática aquí abordada, tales como: trabajo
informal, mercado de trabajo informal, auto ocupación, trabajo no declarado,
economía informal, economía subterránea o sumergida, y una serie de
expresiones más utilizadas para tales efectos e inherentes al conocido como
“sector informal de trabajo” que forma parte del sector informal o economía
informal.[6]
Efectivamente, desde el año 2002, durante la
«90ª Conferencia Internacional del Trabajo», la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) adoptó el término economía informal al emitir la
respectiva “Resolución concerniente al trabajo decente y la economía informal”.[7]
Por contradictorio que parezca al ser la OIT el
organismo mundial cúpula en materia del trabajo formal, acaso tras comprender
que si bien bajo otras circunstancias o modalidades la auto ocupación también
es una actividad productiva cotidiana a considerar —debido no sólo al creciente
número de individuos que a ella se dedican, sino también al enorme impacto
económico que tiene en la economía nacional y hasta regional—, dicha
Organización del empleo formal decidió actuar frente a tan mayúsculo problema
al incluir el estudio permanente del trabajo informal como parte integrante de
la agenda del trabajo decente[8] que ha puesto sus “pilares” en factores tales
como la producción, los derechos de quien labora y la protección social que le
corresponde, haciendo énfasis en la importancia del diálogo social que
incluye a todos los sectores involucrados en la labor productiva de bienes o
servicios.
El golpe de timón de la propia OIT es en sí
mismo aleccionador, pues un viraje así no se da por casualidad. Opinamos que no
podía ser de otra forma si ya había reconocido en lo que va del siglo XXI un
dato imposible de ocultar: que 8 de cada 10 nuevas ocupaciones que se
creaban en el mundo, surgían precisamente en el sector informal de trabajo. Por
eso urgió a todos los países Miembros de la OIT para que atendieran con
responsabilidad de Estado tan sentida problemática, la que crece de manera
exponencial e incontenible.
Importa señalar que frente al imparable
fenómeno del desempleo que ha resentido el planeta entero a raíz de la
crisis financiera y económica mundial de mediados de 2008, ha quedado
demostrado que los países con un alto número de subempleo tienen más
dificultades para salir de la crisis económica y peor aún: que los países que
registran un alto nivel de informalidad laboral tendrán mayores dificultades
todavía para salir de dicha crisis. Como México, nuestra patria, a manera de un
ejemplo claro de ello.
Obviamente que ante esta dura e inevitable
realidad, el incremento del trabajo informal es consecuencia inevitable de
la falta de empleo decente, como lo es también el que la economía informal
se halla siempre asociada a los países con mayor vulnerabilidad y que resienten
más las crisis económicas; la combinación de ambas tendencias —falta de empleos
y vulnerabilidad estatal— ocasionan un círculo vicioso que debilita los
resultados económicos a largo plazo, reduciendo los beneficios de una eventual
prosperidad económica.
Además, el sector informal se caracteriza
por ser un sector no moderno y no capitalista de la economía, pues la
utilización del capital es baja al predominar las actividades económicas de
pequeña escala o de subsistencia. Esta perspectiva clave para al análisis, que
distingue al sector informal, presenta características singulares y
distintivas muy marcadas, a saber:
a) Utilización de
tecnología rudimentaria;
b) Poco capital disponible y sin acceso a algún tipo de financiamiento;
c) Mano de obra
poco o nada calificada;
d) Bajo nivel de
organización productiva, casi siempre básica o elemental;
e) Una baja
remuneración de quienes se dedican a la informalidad;
f) Poca o casi nula distinción entre los factores claves de la producción
—capital y trabajo—, los cuales en la práctica la mayor de las veces se
confunden; y,
g) Ejercicio preferente de ámbito familiar pero sin que éste se contabilice
en el Producto Interno Bruto (PIB) del país.
En este último punto, si bien esta actividad no
suele verse reflejada en el PIB nacional —digamos mejor que no cuenta de forma
oficial, debido a que tales actividades se realizan de manera subrepticia o
poco visible y por ende no se tiene un registro específico de qué es lo que se
hace, cómo se hace, quién lo hace, cuánto se hace y se obtiene por desarrollar la
actividad—, lo cierto es que las personas que se encuentran inmersas en la
informalidad económica son individuos que forman parte de la llamada población
económicamente activa (PEA), aunque para las estadísticas que
maneja el Estado todos ellos aparezcan como “desocupados” así sean en realidad
“desempleados”. [9]
Así, países como México que tienen un sector
informal de un tamaño superior a la media, corren un riesgo doble de
experimentar acontecimientos económicos más extremos que los países en los que
el sector informal es menor. Multitud de estudios de diversa índole confirman el
vínculo negativo entre la economía informal y la volatilidad del ciclo
económico, pues las actividades informales son una causa directa e
inmediata de dicha volatilidad y, a su vez, un síntoma inequívoco de otras
deficiencias estructurales e institucionales que vuelven a un país más
vulnerable ante el imparable fenómeno de la informalidad laboral. [10]
Hay que agregar al punto que es verdad que los
países con altas tasas de ocupación en el sector informal quedan relegados a
los segmentos más bajos y vulnerables de las cadenas de producción mundiales,
debido a que las economías con un sector informal amplio pueden recibir
corrientes de capital atraídas por la existencia de una gran cantidad de mano
de obra barata y poco remunerada; y no son pocas las economías emergentes de
los países en vías de desarrollo que han utilizado el tamaño de su sector
informal a manera de “argumento favorable” para alentar a los
inversionistas internacionales a aprovechar el bajo costo de la mano de obra
nacional, en un asunto que rebasa el aspecto jurídico para volcarse de lleno en
un problema ético y moral.
México, como país vecino de los Estados Unidos
de Norteamérica, en las ciudades fronterizas aledañas ha hecho de la maquila
barata la mejor manera de responder al creciente desempleo que resiente
nuestro país, ofreciendo mano de obra que puede ser calificada como
“empleos-basura” al ser un trabajo precario, sin horario ni descansos, sin
prestaciones legales y con poca o nula protección social.[11]
Así las cosas, el llamado trabajo informal o
informalidad laboral, es un asunto complejo rodeado de mitos y medias
verdades propaladas intencionalmente para resaltar el lado negativo de este
peculiar submundo que, de una u otra forma, es el modus vivendi u operandi de
millones de individuos que sobreviven de la auto ocupación del llamado sector
informal nacional ante la evidente escasez de fuentes de empleo decente.
Digámoslo entonces fuerte y claro para que
mejor se entienda de una buena vez: prejuiciosamente se piensa que es al Estado
a quien compete la creación de empleos —sobre todo en épocas de recesión y
crisis económica como la que afrontamos hoy en día—, pero eso no es verdad. No
corresponde al Estado crear empleos, sino establecer las condiciones
necesarias para que la iniciativa privada cree nuevas fuentes de empleos
formales y permanentes, lo que es muy distinto.
Hablamos aquí de incentivar el empleo formal
y duradero. De la responsabilidad inherente al Estado en crear atractivas
condiciones políticas, económicas, fiscales, de seguridad jurídica,
administrativas y de todo tipo, que provoquen el abierto interés de los
inversionistas a venir a nuestra patria y que a la par les otorgue certidumbre
y seguridad en el beneficio futuro de su inversión realizada, de manera tal que
las fuentes de empleo creadas perduren.
En este punto, en el caso específico de México
su entorno no es muy diferente a la América Latina —también llamada América
morena, para distinguirla de Estados Unidos y de Canadá—. Veamos enseguida
por qué.
El 1° de octubre de 2009, la OIT y la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), presentaron un Boletín conjunto que
contiene una proyección de una tasa de 8.5% de desempleo para 2009,[12] y la tendencia inercial continúa hasta la fecha. El punto descollante
del Boletín es que resalta el hecho de que muchos de los nuevos desempleados
encontraron refugio en el sector informal de la economía en la que los que
a ello se dedican carecen de protección social, al no poseer estructura
organizativa y percibir bajas remuneraciones. Así, el aumento del sector
informal es evidente debido a que se trata de un segmento ocupacional que copan
los desempleados, quienes han debido optar por tal actividad frente a la
necesidad de obtener algún ingreso para subsistir en unión de los suyos.
Por otra parte, desde el Reporte especial
denominado «Panorama social de América Latina, 2008» —y que para no variar
continuó hasta el 2012, la fecha del último Reporte—, la propia CEPAL había
advertido que:
El aumento en las tasas de desempleo empuja a muchos trabajadores al
sector informal, con el consecuente deterioro de sus condiciones laborales y
acceso a la seguridad social. Esto es preocupante en una región donde las
condiciones laborales no son óptimas para gran parte de la población. [13]
Visto lo anterior, la existencia de un
sector informal de grandes proporciones que crece exponencialmente en épocas de
crisis del empleo, no es una novedad para América Latina, pues dicha
informalidad ocupacional constituye una especie de constante estructural para
la mayoría de los países en desarrollo en los que el sector informal ocupa a más
de 60% del total de la población económicamente activa o PEA. Dicho en otras
palabras, obviamente sin disponer de datos oficiales que lo corroboren por
evidentes razones políticas de ocultamiento intencional de datos públicos: es
factible afirmar sin temor a equívocos que el tamaño de la economía informal en
la región latinoamericana es similar o superior al de la economía formal. [14]
Es cierto. Estadísticamente en mi querida América
Morena este alto número de trabajadores en el sector informal se ha venido
acentuado a partir del último cuarto del siglo XX; en el caso de la región
Sudamericana, Bolivia ya se ubica sobre el 80% de la informalidad laboral de
los económicamente activos; y en Centroamérica, Guatemala —vecino de México—
refleja cifras que sitúan al sector informal alrededor del 75%, en tanto que en
Nicaragua la cifra alcanza ya el 64% de la PEA. Por ello el sector informal de
la economía es ahora objeto de estudios académicos serios por parte de los
cultores de las ciencias sociales, aunque los abogados muy poco participan en
ellos. En cualquier caso y en razón de su naturaleza intrínseca, la regulación
del trabajo —sea éste formal o informal— deberá ser siempre conducido por el
Estado, si bien requiere necesariamente de la participación activa de los
distintos actores sociales, como lo son: empresarios, sindicatos,
organizaciones de la sociedad civil, del sector académico y otros más. Luego
entonces, el diálogo social es una poderosa herramienta para incentivar
la participación de la ciudadanía entera en la elaboración de una estrategia
nacional integral, que permita reorientar las políticas públicas en materia
del trabajo.
Será pertinente entonces que estos esfuerzos
conjuntos nacionales no se limiten exclusivamente al asunto del empleo formal,
pues tanto los fenómenos del trabajo formal o informal, atraviesan diversos
ámbitos y, por lo tanto, su discusión debe incluir los campos de la economía,
de lo tributario, de lo social, pero sobre todo de las políticas
gubernamentales y legislativas e incluso de justicia, dándole sentido y rumbo a
una genuina política social de largo alcance que visualice la situación de esto
a lo largo del siglo XXI.
Si hemos tenido la capacidad e ingenio
suficientes como para cambiar en un par de décadas a una realidad virtual,
¿acaso no podremos modificar con solidaridad, responsabilidad social y
perseverancia nuestras políticas nacionales en materia de ocupación humana?
¡Claro que sí podemos! Sólo habrá que poner manos a la obra.
3. El punto jurídico en la temática del sector informal en el mundo.
Si entendemos todos que el Derecho es una
ciencia cambiante que debe adaptarse a las necesidades de la sociedad en una
época, un lugar y un contexto determinados, y que a través de las leyes el
Estado tiene, al través de la regulación cotidiana de los actos de los
particulares en sociedad, el potencial de generar e impulsar costumbres y
cambios sociales, nos podremos dar cuenta de algo inquietante que debería
hacernos reflexionar a los juristas: en el caso concreto del Derecho Laboral
nos encontramos ahora frente a un reto de enorme importancia y trascendencia,
debido a que la existencia misma del sector informal del trabajo cuestiona
algunos de sus fundamentos básicos, como por ejemplo:
· La real inexistencia de una relación de dependencia entre empleador y
trabajador, como quiera que se les prefiera denominar en la práctica;
· La notoria ausencia de una subordinación
constatable debido a los avances tecnológicos, al uso de internet y el
ordenador personal (tele-trabajo);
· El uso indiscriminado del crowdsourcing en
razón de los avances tecnológicos, que comienza a superar con creces al outsourcing
y al insourcing;
· El constante fraude laboral cometido al través
de figuras diversas que terciarizan y ocultan responsabilidades laborales
explícitas;
· La falta de organizaciones sindicales sólidas
capaces de negociar colectivamente mejores condiciones laborales de los
operarios; y,
· La conveniencia de “deslaboralizar” de una
buena vez el servicio público de la seguridad social, desligándole del trabajo
formal o regulado —sobre todo en épocas de crisis de empleo—, para costearle
vía impuestos generales y no afectar las precarias finanzas disponibles para
solventar el coste de este manto protector social.
En tan preocupante escenario actual, la
pregunta clave a formular es muy simple de enunciar pero complicada de
responder:
¿Se deberían establecer normativas legales que
efectivamente regulen el trabajo informal, considerando como verdaderos
“trabajadores” a los auto ocupados?
Nosotros pensamos que sí, que habrá de
comenzarse de inmediato la complicada tarea de dotarle de contenidos y
objetivos regulatorios al que podría llamarse “Derecho Laboral de los
Trabajadores Informales”, no para dotarle de una eventual formalidad —como
muchos podrían prejuiciosamente suponer—, sino más bien para delimitar aspectos
básicos que reconozcan:
a) Su calidad de trabajador para todos los efectos legales
subsiguientes;
b) La libertad de oficio de los que deciden
dedicarse a este tipo de trabajos personales por voluntad propia por cualquier
razón;
c) El irrenunciable e inalienable derecho a ser
recipiendario de los servicios básicos en materia de seguridad social que
otorga el Estado;
d) Su derecho y obligación a ser debidamente
identificados, para ser sujeto de tributación al Estado conforme a sus
percepciones reales obtenidas, con todo lo que tal condición jurídica
representa;
e) Su derecho a mantener un control efectivo de
índole administrativo en cuanto a la licitud permanente del trabajo de
subsistencia efectuado;
f) Poder disfrutar de prestaciones sociales que
hasta ahora han sido concebidas únicamente para los empleados subordinados; y,
g) Cualesquier otro derecho análogo al anteriormente
listado, el que desde luego es enunciativo, que no limitativo.[15]
Ahora bien, uno de los problemas más sentidos
lo es la proclividad a asegurar obligatoriamente a los esquemas de seguridad
social nacionales a los trabajadores subordinados, no así a los trabajadores
informales.
Se da por descontado que ambos casos merecen un
tratamiento jurídicamente diferenciado por obvias razones, pues tiende a
proteger a los individuos productivos que con su esfuerzo personal coadyuvan a
la producción de bienes o servicios; sin embargo, nos guste o no la idea, el
acceso a la protección que otorga la seguridad social no lo origina el hecho de
ser empleado subordinado, sino más bien el ser persona humana, realice ésta
labores productivas o no, y se halle o no vinculada a un trabajo formal.
Por ello la tendencia contemporánea nos obliga
a modificar conductas inerciales que antaño parecían inmodificables, por una
razón incontrovertible: La informalidad laboral le gana terreno a diario a
la formalidad laboral, por cualquier razón que sea. Debido a ello es
conveniente voltear la vista a las capas sociales de abajo, antes que los de
abajo se volteen en nuestra contra y de allí surge la idea de Naciones Unidas
de dotar de mecanismos efectivos de protección social a todos los seres
humanos, haciendo énfasis en los excluidos sociales, creando al efecto otras
alternativas de extensión de cobertura en materia de protección social como lo
es el denominado “Piso Básico de Protección Social” que enseguida veremos.
¿Es esto una utopía? Al menos nosotros pensamos
que no lo es. Se trata más bien de visualizar prioridades y jerarquizar lo
esencial; tener en el eje de la acción oficial al individuo por sobre sus
riquezas; de reordenar eficientemente la economía y el gasto social para
invertir —que no gastar— en la gente. Es un cambio total y sensato en la manera
de ver el mundo y actuar en consecuencia.
Porque ya sabemos que más del 75% de la
población mundial carece de garantías sociales que le permitan enfrentar los
riesgos de la vida; por lo tanto, garantizar un suelo de protección social a
las personas más necesitadas que luchan por sobrevivir con decoro, es una
prioridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y de un conjunto de
organismos internacionales de toda índole involucrados en esta tarea que se han
sumado a la idea.
Dicha «Iniciativa de Piso —o Suelo— de
Protección Social» lo estableció desde 2009 la propia ONU, junto con la OIT y
la Organización Mundial de la Salud (OMS), esfuerzo al cual se han sumado organizaciones
de diversa índole y de calado mundial, entre las que destacan: el Banco
Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la UNESCO y la UNICEF.[16]
Ello demuestra que ya es inútil, en la segunda
década del siglo XXI, empecinarse en mantener atada a la seguridad social al
trabajo formal, pues guste o no la idea el crecimiento exponencial del
trabajo informal —y su constante acompañamiento con la migración laboral
ilegal— es un hecho imposible de ocultar que se observa a lo largo y
ancho de todo el planeta.
Porque los hechos son más que evidentes. Está
demostrado que la seguridad social —así el esquema implementado sea muy
elemental: salud y pensión mínima garantizados por el Estado—,
contribuye sensiblemente al crecimiento económico al incrementar la
productividad laboral y al afianzar la estabilidad social por la certidumbre
que genera en la población. Por lo tanto, invertir en un suelo de protección
social básica para todos —sean o no empleados subordinados— significa invertir
en la justicia social y el desarrollo económico; una idea cuya factibilidad de
ponerla en práctica avalan estudios realizados por Naciones Unidas que
demuestran que las transferencias sociales a nivel mundial es asequible
financieramente en casi cualquier etapa del desarrollo económico de los países.
Entonces no es un gasto, sino más bien una inversión en lo mejor que tiene
un país, que es su gente.
El enorme desafío que todo ello supone deben
comenzarlo a reconocer no sólo la clase política, sino nosotros los académicos
para insistir en el proceso de cambio de mentalidad, partiendo de una premisa
simple: la realidad es más sabia que el Derecho y que cualquier ciencia.
De manera entonces que si no pensamos y
actuamos distinto a como lo hemos venido haciendo hasta ahora, los resultados
seguirán siendo los mismos y fracasaremos sin remedio en nuestro vano intento
de mantener, dentro de márgenes relativamente confiables, el complicado tema de
la informalidad laboral y, en lo general, del sector informal de la economía.
Un tema que ahora puede ser advertido como de seguridad social, pero que luego
bien puede volverse de seguridad pública si se sale de control, hasta llegar a
convertirse en un asunto de seguridad nacional —como ya lo es el tema de la
migración para fines laborales—. Mejor será prevenir que lamentar, excedernos
que quedarnos cortos en las medidas implementadas. ¡Y a nosotros los juristas
nos toca advertirlo e intentar prevenirlo!
Ese reto es especialmente importante si
consideramos que el sector informal no es una circunstancia marginal, sino la
dura realidad de la mayoría de personas a quienes teóricamente no protegen las
leyes —ni las del Trabajo ni de otro tipo—, pero que deberían hacerlo porque
hoy son ya abrumadora mayoría y el Derecho no debe omitir proteger la actividad
en informalidad.
Por ello habrá que comenzar por revisar
nuestras políticas nacionales de empleo para volverles de una buena vez
de ocupación productiva; y ubicados en esa línea, frente a dicha
tendencia inercial al parecer ya irreversible, asumir el enorme desafío que
implica comenzar a modificar los Convenios Internacionales del Trabajo emanados
de la propia OIT, tanto en materia de empleo como en cuanto a la Norma Mínima
de Seguridad Social establecida en el Convenio 102, que data desde el año 1952.
Respondámonos: ¿qué tanto ha cambiado el mundo y la humanidad en medio siglo?
Si lo analizamos con cuidado, ciertamente nos sorprenderá constar cuánto ha
evolucionado.
Querámoslo o no reconocer, lo cierto es que
estamos ante un mundo nuevo en el siglo XXI, que es distinto por completo al
del siglo XX. ¡Menudo reto tenemos enfrente tanto los juslaboralistas como los
segurólogos sociales!
Concluiremos este análisis afirmando que la
informalidad laboral no es un problema temporal ni coyuntural debido a la
crisis financiera mundial de mediados de 2008 —denominada “La Gran
Recesión”—, sino que su tendencia clara e irreversible es volverse
permanente; sin perder de vista que académicamente existe un problema
teórico cuando se considera temporal un fenómeno económico que es más
bien de tipo estructural y permanente. Por eso se requiere analizar al
fenómeno de la informalidad laboral y económica, destacando su influencia y
focalizando sus nexos y puntos de convergencia del sector informal con la
actividad económica y el sector formal; no hacerlo no sólo es un grave error,
sino de suyo una grave irresponsabilidad.
Así las cosas, deberemos afrontar los
académicos el tema de la informalidad laboral con objetividad y altitud de
miras, tal como lo hiciera la OIT desde hace años, dando un viraje a nuestras
políticas nacionales o regionales del sector formal de la economía, para
atender también al sector informal, entendiendo que la informalidad laboral no
sólo va para largo sino que llegó para quedarse entre nosotros para siempre.
En tal sentido, tienen razón quienes sostienen
que durante muchos años la informalidad laboral y económica —el sector
informal en sí, para englobarlo en dos palabras— no eran objeto de estudio
más bien ante la incapacidad de reconocer y unificar criterios para definirlo o
apresarlo conceptualmente; al no existir instrumentos científicos
universalmente aprobados para “medir” su tamaño, importancia, trascendencia e
impacto económico nacional o regional, había que crearlos por la sencilla razón
de que la economía informal es dinamizadora del comercio y de los servicios,
a la par que una gran demandante de ocupación de quienes carecen de empleo
formal y de quienes por alguna razón deciden libremente incorporarse a esta
práctica ocupacional.[17]
Todavía más acerca de su complejidad lo es el
aspecto conceptual; algunos de los muchos términos comúnmente utilizados
para designar las actividades económicas —que debido a ello suelen escapar a
las normas legales y estadísticas—, son sus diversas denominaciones utilizadas,
las que enseguida se enlistan a manera de ilustración:
1) Economía informal;
2) Economía no oficial;
3) Economía invisible;
4) Economía oculta;
5) Economía no registrada;
6) Economía gris;
7) Economía negra;
8) Economía no declarada;
9) Economía marginal;
10) Economía irregular;
11) Economía disimulada;
12) Economía ilegal;
13) Economía periférica;
14) Economía clandestina;
15) Economía no observada;
16) Economía sumergida;
17) Economía escondida;
18) Economía de la sombra;
19) Economía paralela;
20) Economía secundaria;
21) Economía alternativa;
22) Economía dual;
23) Economía popular; y,
24) Contra-economía.[18]
Ésas son las 24 maneras que nos refiere
Francois Roubaud en su mítica obra acerca del trabajo informal en México,
tratando de describir esta actividad económica no regulada; pero obviamente hay
más maneras de referirla, como la que nosotros utilizamos debido a su pertinencia:
“Economía de subsistencia”. Aquí lo que interesa, más allá de la manera
en como cada quién prefiera denominarle, es la existencia paralela de un
sector informal de la economía, con respecto del habitual sector formal,
regulado éste por las normativas legales existentes en el país, ya sean de
índole económico, laboral, fiscal, administrativo, financiero o de seguridad
social.[19]
Lo único cierto es que la cultura de la economía
informal se ha infiltrado silenciosamente hasta las profundidades de las
estructuras sectoriales de México, convirtiéndose también en un enorme problema
para todos los Estados contemporáneos, sean países ricos o en vías de
desarrollo, sin distingo ni respeto alguno a la potencia de sus respectivas
economías nacionales.
Pero si bien es verdad que la informalidad
laboral impacta de diversa forma en cada país debido a que mientras mejor
estructurado se encuentre el empleo formal y el control de la recaudación
impositiva, menor será la afectación que resienta, también es cierto que el
tema ha llegado a convertirse en un asunto que requiere de la atención
prioritaria y permanente en el quehacer cotidiano de los órganos políticos,
económicos y sociales nacionales, urgiéndoles a establecer mecanismos efectivos
de regulación, de control efectivo y hasta de desarrollo sustentable de dicha
actividad informal, para que sea un factor que embone e integre al engranaje
del crecimiento nacional, institucional y social, siempre de manera paralela a
la economía formal.
En resumen, los desafíos que nos presentan las
nuevas forma laborales surgidas en las últimas tres décadas nos obligaban
repensar que es mejor preferir o mejor todavía, referir: si el Derecho del Trabajo
o el derecho al trabajo; sobre todo cuando la evolución del empleo
impacta tan duramente en el financiamiento de los actuales esquemas de
seguridad social contemporáneos, todavía ligados al empleo formal como los
seguros Bismarckianos de finales del siglo XIX.
Seamos entonces responsables frente a la dura
realidad cotidiana: el número de trabajadores a tiempo completo en un empleo
regular está disminuyendo de manera sensible, en tanto que el trabajo formal y
otras formas no convencionales de empleo aumentan exponencialmente.
Por ello la inseguridad laboral y las
interrupciones en el empleo son cada vez más comunes, poniendo una enorme
presión financiera en nuestros regímenes de seguridad social en esta era de
abierto desempleo. Cierto, las políticas públicas de empleo tienen un papel
crucial que desempeñar, pero también juega un rol protagónico el reconocimiento
pleno y objetivo del sector informal de la economía.
Son tiempos de crisis y por lo tanto tiempo de
oportunidades. No podemos desaprovechar la oportunidad de intentar hacer algo
más que seguirnos lamentando por los tiempos mejores del pleno empleo y la
protección social efectiva, que lo más probable es que jamás volverán. Porque
nuestra verdadera disyuntiva no consiste en preferir a la formalidad o
informalidad laboral, no es si la economía debe seguir siendo o dejar de ser
globalizada, no estriba en si es mejor derechas que izquierdas, o la llamada
“tercera vía” que aprovecha lo mejor de ambas. La encrucijada existencial en
que debemos movernos y actuar los académicos es si nos atrevemos o no a asumir
nuestras respectivas responsabilidades, si actuamos en ello sin temor o si
permitimos que el miedo nos paralice.
En resumen, opinamos que conviene dotar al
sector informal de le economía de seguridad social, “deslaboralizándole” (sic)
de una buena vez y costeándole vía impuestos generales, como lo propuso en
Inglaterra, en 1942, Sir William Beveridge —el padre de los seguros sociales
modernos o mejor dicho, de la seguridad social actual—, propugnado por crear un
Derecho para el Trabajo Informal. Por ahora no vemos otra salida.[20]
Ojalá que sean útiles estas reflexiones
académicas que no modifican en lo absoluto mi amor incondicional por el Derecho
del Trabajo, por duras que puedan parecer a algunos las críticas propositivas
aquí vertidas. Estamos plenamente convencidos que bien vale la pena intentar
cambiar las actuales inercias respecto del trabajo informal y la seguridad
social que deberá acompañarle, cualquiera que sea el esfuerzo que eso conlleve.
Merece la pena intentarlo no tanto por nosotros
—que ya hemos visto pasar la mayor parte de nuestra vida—, sino más bien por
nuestros hijos y los hijos de ellos, que son en quienes nuestras respectivas
patrias han depositado su futuro y su esperanza en un relevo intergeneracional
inevitable. ¡Así sea!
DR. ÁNGEL
GUILLERMO RUIZ MORENO
[1] Doctor cum
laude en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social por la Universidad
San Pablo-CEU de Madrid, España; Investigador Nacional del Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología de México; Coordinador del Doctorado en Derecho y Jefe del
Departamento de Ciencias Jurídicas de CUTONALÁ, de la Universidad de
Guadalajara; Presidente internacional de la Asociación Iberoamericana de
Juristas de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social ‘Dr. Guillermo
Cabanellas’ (AIJDTSSGC); Presidente nacional de la Academia Mexicana de
Derecho del Trabajo y la Previsión Social (AMDTPS).
[3] La idea no es nuestra. La escuchamos por primera vez del Prof. Joaquín
Aparicio Tovar en una Conferencia moderada por el Prof. Antonio Baylos Grau, en
el «XXI Congreso Nacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social»,
celebrado en Barcelona, España, el 20 y 21 de mayo de 2010. La provocadora
frase en sí misma debería movernos a reflexionar sobre el tema; porque si
reducir prestaciones salariales y legales a los trabajadores en realidad
generarán mayor cantidad de empleos, entonces ésa sería la fórmula para que
todos tuvieran un empleo formal: cero retribución salarial y todos trabajando.
La idea es una falacia lógica.
[4] Para evitar equívocos en la interpretación de lo que decimos, vale la
pena aclarar que cuando se utiliza en esta ponencia el concepto «informalidad
laboral» o bien «trabajador informal», algunos creen ver y entender que nos
estamos refiriendo a un empleado subordinado a un patrón que es un impuntual,
desobediente, despreocupado e irresponsable. No es así. Advertimos al lector
nuevamente que no se utiliza aquí la palabra informal como un adjetivo
calificativo, sino más bien como un sustantivo; definiendo por exclusión y
contraste a aquella persona física que no tiene un empleo formal regulado por
la ley laboral, o sea a quien trabaja por cuenta propia.
[5] Co-edición de
la Universidad de Guadalajara, el Instituto Jalisciense de Investigaciones
Jurídicas y Editorial Porrúa, México, 2011.
[6] Se reconoce al
antropólogo Keith Hart el haber acuñado el término “sector informal” en un
estudio realizado para la OIT sobre el empleo en Ghana, en el año de 1972,
trabajo que él denominó: “Informal income opportunities and urban
employement in Ghana”.
[7] Ver antecedentes en las ligas referidas al listado histórico de las Conferencias
Internacionales del Trabajo, consultables en la página web de la OIT: http://www.ilo.org
[8] Se le llama trabajo
decente al trabajo productivo en condiciones de igualdad, equidad,
seguridad y dignidad humanas, en el cual los derechos del operario subordinado son
protegidos, contando con una remuneración adecuada y protección social. La idea
apareció por primera vez en la Memoria del Director de la OIT, Juan Somavía, en
1999.
[9] En México se
llevan registros de empleo y desempleo digamos que muy peculiares, los que no
coinciden jamás con la realidad. Por ejemplo, cuando conviene se utilizan
cifras de trabajadores asegurados en el IMSS dizque para “medir” el número real
de operarios; cuando no conviene se utilizan otros indicadores para disfrazar
la realidad, como lo es la eventual creación de empleos temporales y de baja
calidad que el mismo Estado genera artificialmente sobre todo en épocas
preelectorales para enviar el mensaje a la ciudadanía de que la creación de
empleos se halla dentro de las estrategias gubernamentales. Todo esto es una
pena, pues el “factor político” importa más que cualesquier otro factor,
incluido el económico, claro.
[10] Ruiz Moreno,
Ángel Guillermo. Seguridad Social obligatoria para trabajadores migrantes e
informales. Co-edición de la Universidad de Guadalajara, Instituto
Jalisciense de Investigaciones Jurídicas y Editorial Porrúa, México, 2011,
capítulos V y VI.
[11] Inútil será buscar datos o estadísticas oficiales en México sobre este
asunto; sencillamente no existen porque el Estado mexicano se ha negado
sistemáticamente a reconocer este fenómeno que, por desgracia, es una dolorosa
realidad nacional desde hace décadas.
La ONU, el Departamento de Estado
norteamericano y el Departamento de Justicia de los EUA, y una organización no
gubernamental denominada: “Free the Slaves” —liderada por Kevin Bales—, han
calculado en más de 27 millones los individuos en situación de esclavitud a
lo largo y ancho del planeta, personas que por su trabajo no reciben a cambio
más que escasa comida y algún techo. Aseguran los expertos que actualmente hay
más esclavos que en ningún otro periodo de la historia, y que el 70% de las
mujeres y niñas que son víctimas del deleznable crimen del tráfico de personas,
son obligadas a prostituirse. Se estima que cada año 800 mil personas son
víctimas del tráfico humano, a quienes se captura para cosas tan diversas como
el tráfico de órganos, actividades del crimen organizado, trasiego de droga o
para trabajo en condiciones de esclavitud. Para mayores datos al respecto, se
sugiere consultar la página web: http://www.freetheslaves.net
[12] «Boletín
sobre Tasas de Desempleo 2009», consultable en las páginas electrónicas: www.ilo.org
y/o www.cepal.org
[14] En el caso
específico de México, existen cifras consolidadas que demuestra el tamaño del
mercado informal de trabajo, como el Censo Nacional de Población, 2010, consultable
en la página electrónica: http://www.inegi.gob.mx
[15] Para mayores
datos acerca de esta propuesta véase el libro de Ángel Guillermo Ruiz Moreno,
intitulado: Seguridad Social obligatoria para trabajadores migrantes e informales.
Op. Cit., capítulos del IV al VI, los que contienen diagnósticos
situacionales concretos y propuestas de solución en el caso específico del
sector informal en México.
[16] Ver «Iniciativa de Piso de Protección Social» de Naciones Unidas, OIT y
OMSS, en las páginas web: http://www.socialextensionfloor.org
o bien en: http://www.socialsecurityextension.org
[17] Cabe apuntar que el «Programa Regional de Empleo para América Latina y
el Caribe», establece los criterios básicos del “Sistema de Cuentas
Nacionales”, desarrollado por la ONU, que unificó criterios de medición y
análisis desde principios de los años 90’s del siglo XX, lo cual ha facilitado
el análisis científico del sector informal y su eventual comprensión, por más
que todavía haya mucho qué hacer para que los datos obtenidos sean más certeros
y confiables.
[18] Roubaud,
Francois. “La economía informal en México: de la esfera doméstica a la
dinámica macroeconómica”. Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 53.
[19] Roubaud, Francois. L’Economie Informelle au
Mexique. Editions Karthala-Orstom. París, 1994, p. 353.
[20] Al lector
interesado en estos temas específicos que se han propuesto, se les sugiere
consultar el libro de Ángel Guillermo Ruiz Moreno intitulado: Seguridad
Social obligatoria para trabajadores migrantes e informales. Editorial
Porrúa, México, 2011.
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