Querido
Papá:
Hoy
quiero decirte tantas cosas, brindar por las que dije y darle alas a las que me
has inspirado en silencio y que guardo en mi corazón.
Contigo
a mi lado he podido darme cuenta que ser padre es una ardua tarea que se
emprende sin instructivos y ahora que estoy a punto de iniciar esta nueva etapa
en mi vida, espero ser el árbol firme y fuerte que siempre he visto en ti, el
que aún en las peores adversidades, mantiene sus raíces atadas a la tierra y
goza de su gran esplendor en los días de sol.
Te
admiro por tu lucha constante de alcanzar tus metas con las manos limpias, por
encontrar siempre algún aprendizaje de los errores y por valorar los peldaños
grandes y pequeños del éxito. Admiro tu filosofía acerca de que las
oportunidades y el mundo son de los audaces y que no siempre brilla el más
inteligente, sino el que crea y hace que las cosas sucedan. Admiro cómo
potencializas el éxito de los demás, el carisma con el que conquistas a las
personas, tu apertura a lo desconocido y la manera en que te conectas
diariamente con el Universo. Pero lo que más admiro de ti, es tu alma de niño.
¡Cómo
disfrutaba los fines de semana contigo! Correr por las plazas, ir a las ferias
y chocar nuestras manos cada que descendíamos del carrusel. Las carreritas en
la bicicleta eran lo máximo y cómo olvidar al mismo tiempo las visitas al
botiquín de mamá, por mis innumerables caídas.
Las
navidades eran mágicas, sobre todo cuando escribíamos la cartita a Santa Clós,
la atábamos a un globo y la despedíamos hasta que desaparecía en el cielo.
Me
recuerdo cada tarde en aquella ventana, esperándote muy puntual a nuestra cita
de las seis; valía tanto la pena, ya que ver regresar del trabajo al mejor de
los súper héroes, abrazarlo y que me levantara en brazos, era el mejor de los
rescates.
Pero
un día, todo cambio. No llegaste más a nuestra cita, la bicicleta se oxidó y
los fines de semana guardaron silencio… te habías ido muy lejos, tan lejos que
la única forma de volver a ti, era cambiar mis brazos por un par de alas.
Muchos
trataron de reparar esa ausencia, pero indiscutiblemente no había reemplazo.
Mamá me decía todas las noches que te habías ido para darnos un futuro mejor,
¿pero cuál futuro mejor? Sí con el sólo hecho de tenerte a mi lado lo tenía
todo.
Constantemente
trataba de hacer trueques con el universo: durante los recreos le daba de comer
a los pajaritos para ver sí en un descuido, te traían volando hacia mí. Pero
eso nunca sucedió.
Así
pasaron varias navidades, y una mañana, empacamos las maletas y emprendimos un
largo viaje. Recuerdo una ventanita por la que se podía ver el día y la noche
juntos en el horizonte. Cuando por fin tocamos tierra, aún no comprendía lo que
estaba pasando, pero de pronto, a lo lejos, entre mucha gente, te vi. Los
guardias de aquel lugar tuvieron que correr tras de mí, pero no hubo poder
humano que me detuviera para llegar a tu lado y abrazarte con todas mis
fuerzas. Años después, al traer a mi
memoria aquel día, comprendí que la fe
es una fuerza poderosa, capaz de abrir los mares y desaparecer montañas.
Al
principio, fue difícil vivir en aquel país donde todo era desconocido, sin
casa, sin juguetes, sin amigos, sin perro, pero no importaba, por que
nuevamente te tenía a mi lado.
Al
entrar a la escuela de aquel lugar, durante varias semanas te sentaste por las
tardes conmigo para enseñarme a vencer el miedo en mi primer clase ante al
grupo y en otro idioma; delante de un espejo, practicamos cómo caminar entre el
público y memorizamos los diálogos de tal manera, que cuando tocó mi turno de
hablar frente a todos mis nuevos compañeros, me felicitaron las maestras por la
naturalidad y precisión al hablar. Pero más que eso, esas semanas aprendí que
la constancia y dedicación forjan la determinación y el carácter para vencer lo
imposible.
Pasaron
años felices a tu lado y llegó el momento en que me convertí en una señorita.
Ese día llegaste con un enorme ramo de rosas de muchos colores, me abrazaste y
me dijiste que estaba por recorrer un camino, en donde la inocencia y la
madurez se mezclarían para dar como resultado a una hermosa mujer y que algún
día más adelante, podría llegar a crear el milagro de la vida. Con ese detalle
me enseñaste a valorar la bendición de ser mujer.
Recuerdo
mi primer serenata al cumplir quince años. Llegaste como un fiel enamorado al
lado de mi abuelo y mis hermanos, bailando en la cochera de la casa. Nunca se
me va a olvidar tu manera de presentarte e interrogar a mis novios, que
mediante un toque alegre y firme les dijiste que un padre siempre velará por la
integridad de una hija y que la base de toda relación es la confianza, el
respeto y el amor. Por ti aprendí que el noviazgo es una etapa de conocimiento,
y que en dado caso de tomar caminos diferentes, es de madurez perdonar y
emprender la amistad, porque en esa medida, iba a tener grandes amigos y las
puertas abiertas para siempre.
Cuando
comencé mis estudios universitarios, tengo muy presente la mañana en que
emprendí mi propio viaje. Con lágrimas en los ojos me dejaste ir, diciéndome
que la vida no es fácil y que las tentaciones serían seductoras, pero que diera
lo mejor de mí y valorara apasionadamente mis metas para brillar ante el mundo.
Gracias por ser mi mejor guía de vida papá, porque más allá de los bienes
materiales, el verdadero regalo que me llevé aquel día y sigo llevando conmigo,
son todos los aprendizajes con los que he ido creciendo estos años. Gracias a
ti he aprendido que la vida es como una pieza de baile: bailas, caes, te
levantas, te equivocas, perfeccionas, sin detener nunca la música. Logré
aprender de ti que el miedo es mejor afrontarlo y que el éxito no llega a la
primera.
Valoro
que me hayas enseñado la importancia de la humildad ante quien tenemos
enfrente, sin importar su condición ni su historia, sino simplemente el hecho
de ser persona. Gracias a ti aprendí que un hombre no se mide por su belleza
física y reconocimientos superfluos, sino por su potencialidad de luchar por
sus sueños y la nobleza de su corazón. Te agradezco hacerme saber la
importancia de ayudar al prójimo, sin dárselo todo a manos llenas, pero sí
motivándolo a despertar su máximo potencial; la importancia de ser una mujer
íntegra en todas las áreas de mi vida; que la verdadera educación, no la da la
escuela, sino los valores aprendidos en la familia y que más allá de un título
rimbombante, es más importante tener un lugar asegurado en el cielo. Gracias
por abrazarme y secar mis lágrimas. Por estar a mi lado cuándo todos me han
dejado y por degustar juntos la gloria del éxito con un buen vino.
Agradezco haber aprendido de ti que
crecer duele, amar duele, perdonar duele, luchar duele, pero qué mejor regalo
que me dieras estas hermosas alas para volar.
Cada
enseñanza tuya, la guardo como un regalo único.
Te
quiere, Yolanda.
Nombre
y apellidos de la autora: Yolanda Cantú García.
Entidad
Federativa: Monterrey, Nuevo León.
Categoría
en la que participa: Categoría “B”
Tema:
El valor que tienes para mí.
Título
de la carta: Querido Papá.
A
quién va dirigida la carta: Papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario