(Primer lugar categoría ensayo Certamen "A Mi Madre 2004" del Circulo Literario Manuel F. Rodriguez Brayda de H. Matamoros, Tam.)
¡Eres igualita a tu madre! Y yo, con un orgullo que no puedo esconder, respondo, “Es usted muy amable.” Pues bien sé que es el mejor halago que alguien me pudiera hacer, no sólo compararme con mi mamá, sino encontrar que en algo me parezco a ella. Y si así fuera, que me pareciera a ella, aunque fuera un poquito nada más, yo sería la persona más feliz y orgullosa del mundo, pues significa que algo de su bondad, su fortaleza, su fe en Dios, su alegría de vivir, su buen humor, su amor, ha dejado una huella imborrable en mí.
Mi madre, con su ejemplo, ha sentado un precedente por el cual yo trato de regir mi vida. Ha hecho de la práctica de las virtudes su diario caminar. En ocasiones, aún escucho dentro de mí, “Qué la prudencia quepa en la mayor,” cuando lo único que deseo es darle rienda suelta a mi ira, y me detengo, recordando los consejos de mi madre acerca de la prudencia para pronto recuperar la calma.
Con sus refranes, como “La caridad empieza por la casa” aprendí a ser generosa primero con los más allegados a mí para después servir a los demás. Por su inquebrantable fe en Dios sé que siempre hay algo por qué darle las gracias, aún en los momentos más terribles de mi existencia, pues Él no me abandonará nunca. La fortaleza que demostró al morir mi padre y su temple para sacar adelante a sus seis hijos que aún eran unos jóvenes universitarios, me sirven ahora de ejemplo para no flaquear en guiar a mis hijos por el camino del bien. Tan solo le pido a Dios que mi recorrido por el camino de las virtudes brinde frutos tan generosos como los que ha obtenido ella.
Mi madre me contagió de su alegría de vivir. No tengo con que pagarle que me haya enseñado a ver el lado amable de las cosas, a recibir la vida con alegría, a brindarle una sonrisa a un extraño, a encontrar el buen humor en los eventos que nos acontecen. ¡Disfruto sobremanera escuchar el trinar de su risa! Admiro su agilidad mental y su habilidad para hacer más placentera nuestra existencia, tan a menudo llena de tribulaciones. Su optimismo me ha servido bien; lo he usado para buscar oportunidades en donde aparentemente solo existen obstáculos. Y al elegir conscientemente este camino, he descubierto lo maravilloso que es la vida. Sé que es necesario probar los sinsabores para poder deleitarme en los momentos de júbilo. De otra manera, ¡no sabríamos apreciar las experiencias fantásticas que nos brinda la vida!
Su afanar incansable es muestra palpable de su amor a sus hijos. Noches de desvelo cuidando niños enfermos, horas enteras elaborando los disfraces propios de la época de escuela, montañas de platos sucios que lavar, docenas de pantalones por planchar, kilos de carne para cocinar, nietos que cuidar.
Llevo en mi corazón manos suaves que confortaron múltiples heridas, palabras de confianza que alentaron sueños, abrazos que protegieron de la crueldad del mundo, besos que me dejaron en libertad para que encontrara mi camino, ternura que me hace retornar a recibir consuelo, alegría que me invita a reír, fragilidad que me da fortaleza. Al querer descubrir la fuente inagotable de su amor y servicio, su respuesta, “Mi cansancio, que a otros descanse,” fomenta en mí la devoción al servicio como ejemplo claro de amor.
Le agradezco a mi madre que haya forjado mis actitudes y mi visión de la vida conforme a la suya. Influyeron también la disciplina del hogar y las buenas costumbres, como un incómodo, pero necesario, aparato ortopédico que me sujetó durante años, pero que al librarme de él, me di cuenta que cumplió su cometido y enderezó mi paso. Ahora me toca a mí colocar esos amarres, con la confianza plena de que sabré, como mi madre, encontrar el punto justo para que las ataduras no lastimen a mis hijos.
Y hoy, que me encuentro en una encrucijada en mi vida, en donde estoy tratando de retomar mi camino, tomo como propias las actitudes de mi madre: su fortaleza, su alegría de vivir, su amor, su fe en Dios. Las uso como quien lleva un abrigo que le conforta, le tranquiliza, le infunde ánimo y mantiene presente a su madre. Con mi ejemplo de vida doy testimonio a sus enseñanzas, a sus virtudes, a su infinito amor. Ojalá sepa yo inspirar en mis hijos el deseo de seguir el andar de mi madre por la vida. Que a través de mí conozcan de las posibilidades fabulosas que ofrece la vida, tal como a mí me lo transmitió ella. Que pueda yo infundirles la confianza necesaria para vivir plenamente. Que les dé la disciplina adecuada para resistir los embates de la tentación. Que ellos, al igual que yo, como todo adolescente rebelde, después de resistirme a la enseñanza que se me dio, reconozcan que fue el mejor regalo que una madre puede otorgar y que adopten como suyos ese caminar. El mayor tributo que yo le pudiera ofrecer a mi madre, es que al pasar del tiempo, alguien le dijera a mi hija, “¡Pero si eres igualita a tu madre!”
Autor:
Isabel Gómez Porchini. Lic. en Administración de Empresas con mención honorífica del ITESM, Campus Monterrey; Diplomado en Traducción del ITESM; Diplomado en Salud Ocupacional, Seguridad y Medio Ambiente de la Universidad Autónoma del Noreste, (UANE), Secretaria Fundadora de la Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias, AMMJE, Capítulo Matamoros y Presidenta de la Mesa Directiva 2008 - 2010; Socia del Despacho de Traducciones Gómez Porchini, Treviño & Langley; Socio Paul Harris, Rotary International, Socia de ATIMAC, Asociación de Traductores e Interpretes de Monterrey, A.C. y de la O.M.T., Organización Mexicana de Traductores.
¡Eres igualita a tu madre! Y yo, con un orgullo que no puedo esconder, respondo, “Es usted muy amable.” Pues bien sé que es el mejor halago que alguien me pudiera hacer, no sólo compararme con mi mamá, sino encontrar que en algo me parezco a ella. Y si así fuera, que me pareciera a ella, aunque fuera un poquito nada más, yo sería la persona más feliz y orgullosa del mundo, pues significa que algo de su bondad, su fortaleza, su fe en Dios, su alegría de vivir, su buen humor, su amor, ha dejado una huella imborrable en mí.
Mi madre, con su ejemplo, ha sentado un precedente por el cual yo trato de regir mi vida. Ha hecho de la práctica de las virtudes su diario caminar. En ocasiones, aún escucho dentro de mí, “Qué la prudencia quepa en la mayor,” cuando lo único que deseo es darle rienda suelta a mi ira, y me detengo, recordando los consejos de mi madre acerca de la prudencia para pronto recuperar la calma.
Con sus refranes, como “La caridad empieza por la casa” aprendí a ser generosa primero con los más allegados a mí para después servir a los demás. Por su inquebrantable fe en Dios sé que siempre hay algo por qué darle las gracias, aún en los momentos más terribles de mi existencia, pues Él no me abandonará nunca. La fortaleza que demostró al morir mi padre y su temple para sacar adelante a sus seis hijos que aún eran unos jóvenes universitarios, me sirven ahora de ejemplo para no flaquear en guiar a mis hijos por el camino del bien. Tan solo le pido a Dios que mi recorrido por el camino de las virtudes brinde frutos tan generosos como los que ha obtenido ella.
Mi madre me contagió de su alegría de vivir. No tengo con que pagarle que me haya enseñado a ver el lado amable de las cosas, a recibir la vida con alegría, a brindarle una sonrisa a un extraño, a encontrar el buen humor en los eventos que nos acontecen. ¡Disfruto sobremanera escuchar el trinar de su risa! Admiro su agilidad mental y su habilidad para hacer más placentera nuestra existencia, tan a menudo llena de tribulaciones. Su optimismo me ha servido bien; lo he usado para buscar oportunidades en donde aparentemente solo existen obstáculos. Y al elegir conscientemente este camino, he descubierto lo maravilloso que es la vida. Sé que es necesario probar los sinsabores para poder deleitarme en los momentos de júbilo. De otra manera, ¡no sabríamos apreciar las experiencias fantásticas que nos brinda la vida!
Su afanar incansable es muestra palpable de su amor a sus hijos. Noches de desvelo cuidando niños enfermos, horas enteras elaborando los disfraces propios de la época de escuela, montañas de platos sucios que lavar, docenas de pantalones por planchar, kilos de carne para cocinar, nietos que cuidar.
Llevo en mi corazón manos suaves que confortaron múltiples heridas, palabras de confianza que alentaron sueños, abrazos que protegieron de la crueldad del mundo, besos que me dejaron en libertad para que encontrara mi camino, ternura que me hace retornar a recibir consuelo, alegría que me invita a reír, fragilidad que me da fortaleza. Al querer descubrir la fuente inagotable de su amor y servicio, su respuesta, “Mi cansancio, que a otros descanse,” fomenta en mí la devoción al servicio como ejemplo claro de amor.
Le agradezco a mi madre que haya forjado mis actitudes y mi visión de la vida conforme a la suya. Influyeron también la disciplina del hogar y las buenas costumbres, como un incómodo, pero necesario, aparato ortopédico que me sujetó durante años, pero que al librarme de él, me di cuenta que cumplió su cometido y enderezó mi paso. Ahora me toca a mí colocar esos amarres, con la confianza plena de que sabré, como mi madre, encontrar el punto justo para que las ataduras no lastimen a mis hijos.
Y hoy, que me encuentro en una encrucijada en mi vida, en donde estoy tratando de retomar mi camino, tomo como propias las actitudes de mi madre: su fortaleza, su alegría de vivir, su amor, su fe en Dios. Las uso como quien lleva un abrigo que le conforta, le tranquiliza, le infunde ánimo y mantiene presente a su madre. Con mi ejemplo de vida doy testimonio a sus enseñanzas, a sus virtudes, a su infinito amor. Ojalá sepa yo inspirar en mis hijos el deseo de seguir el andar de mi madre por la vida. Que a través de mí conozcan de las posibilidades fabulosas que ofrece la vida, tal como a mí me lo transmitió ella. Que pueda yo infundirles la confianza necesaria para vivir plenamente. Que les dé la disciplina adecuada para resistir los embates de la tentación. Que ellos, al igual que yo, como todo adolescente rebelde, después de resistirme a la enseñanza que se me dio, reconozcan que fue el mejor regalo que una madre puede otorgar y que adopten como suyos ese caminar. El mayor tributo que yo le pudiera ofrecer a mi madre, es que al pasar del tiempo, alguien le dijera a mi hija, “¡Pero si eres igualita a tu madre!”
Autor:
Isabel Gómez Porchini. Lic. en Administración de Empresas con mención honorífica del ITESM, Campus Monterrey; Diplomado en Traducción del ITESM; Diplomado en Salud Ocupacional, Seguridad y Medio Ambiente de la Universidad Autónoma del Noreste, (UANE), Secretaria Fundadora de la Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias, AMMJE, Capítulo Matamoros y Presidenta de la Mesa Directiva 2008 - 2010; Socia del Despacho de Traducciones Gómez Porchini, Treviño & Langley; Socio Paul Harris, Rotary International, Socia de ATIMAC, Asociación de Traductores e Interpretes de Monterrey, A.C. y de la O.M.T., Organización Mexicana de Traductores.
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Felicidades.me encantó tu articulo
ResponderEliminarFelicidades.Me fustó mucho tu artículo, tal parece que estabas describiendo también a mi madre pues algo está muy semejante.Tuvimos la fortuna de conocerla cuando pertenecian a las DAMAS VOLUNTARIAS DE LA LIGA PEQUEÑA MATAMOROS.un gusto y gracias por compartir.Un abrazo
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