viernes, 21 de agosto de 2009

Zelaya y los preciosos ridículos.

Señores:

Hurgando en la red, me encontré el blog "El Rojo y el Negro", de Hugo García Michel y que en el enlace:

http://garciamichel.blogspot.com/2009/08/hoy-la-mosca-en-la-radio-5.html

tiene la siguiente nota:

Zelaya y los preciosos ridículos*

Lo que se vivió el pasado miércoles en el seno de nuestra clase política fue todo un vodevil, una farsa esperpéntica en la que perredistas, panistas y priistas quisieron elevar al depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya a la altura de un Salvador Allende.

El espectáculo fue de pena ajena, desde el recibimiento de Jefe de Estado que le dio Felipe Calderón (yo sé que formalidad obliga, ¿pero qué necesidad había de otorgarle ese trato de excelencia a un personaje tan poco presentable y que esa misma tarde iba a reconocer en el Teatro de la Ciudad a Andrés Manuel López Obrador como virtual y “sentido” presidente?) hasta la recepción que le brindó el Jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, quien llegó al extremo de entregarle las llaves de la ciudad y declararlo huésped distinguido.

Eso para no hablar de su visita al Senado de la República, donde habló desde la máxima tribuna, y de su ya referida intervención en un Teatro de la Ciudad pletórico de frenéticos pejemaniacos. Fue una jornada redonda para Zelaya y un día realmente penoso para los políticos mexicanos, rendidos ante el anticarisma del bigotudo catracho.

Todo sucedió como en una serie de sketches escritos no por Moliere (autor de Las preciosas ridículas), sino por Manuel Rodríguez Ajenjo o Mauricio Kleiff. Fue una verdadera ensalada de locos, un revoltijo de delirantes polivoces, un torneo de torpezas bananeras que situaron a México no como el gigante, sino como el enano de la Concacaf. ¿A qué viene esta absurda pleitesía disfrazada de democratismo y que en el fondo no hace sino buscar la complacencia de Hugo Chávez y sus compinches sudamericanos? ¿Qué necesidad había de convertir a Zelaya en mártir de la democracia, sin tomar en cuenta el contexto histórico en el cual se dio su derrocamiento?

Que los perredistas le besen los pies, se entiende; que el gobierno mexicano haga lo mismo, resulta bochornoso.

Para Oscar Lewis éramos los hijos de Sánchez, ¿para nuestros políticos somos los hijos de Chávez?

*Publicado hoy (08 de agosto de 2009) en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.

Publicado por Hugo García Michel en 02:46 PM

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