Desde que se
iniciaron formalmente las actividades abiertas o encubiertas, con miras a
postularse, primero como pre candidatos y después como candidatos partidistas a
ocupar las próximas vacantes a diputaciones federales, a senadurías y a la
primera magistratura de nuestra Nación Mexicana, se comenzó a gestar en mi ánimo,
una severa inquietud e intranquilidad por ser testigo forzado de esas
actitudes, comportamientos, reacciones irracionales, confrontaciones verbales,
manipulación de las masas, aprovechamiento por parte de muchos medios de
comunicación para engrosar sus finanzas,
difundiendo las acciones, omisiones y excesos de cada uno de los actores de
esas etapas del proceso electoral que, espero, llegue a buen puerto en la
primera semana del mes de julio del año en curso, con el triunfo de la
civilidad nacional, que determine el rumbo recto y seguro hacia la tan
castigada y anhelada democracia.
“Castigada y
anhelada”, juzgo la democracia mexicana, porque en honor a la verdad, soy poco
entendida en doctrina política; las teorías actuantes en el transcurso de la
historia y a lo largo y ancho del territorio universal, jamás han sido mi
fuerte y del tema, sólo puedo afirmar lo que
de acuerdo a mi capacidad intelectual y de comprensión de los fenómenos
sociales, puedo juzgar por medio de lo que he visto, vivido, padecido y
compadecido.
En efecto,
tengo años escuchando de políticos y analistas, que México se coronó
orgullosamente como un Estado DEMOCRÀTICO. Me atengo a las raíces grecolatinas
del concepto y a lo que leí en los textos de la licenciatura en derecho y de
ahí extraigo que “demos”, significa “pueblo” y “kratos”, significa “poder”; es
decir, que vivimos (teóricamente) en un
país en el que EL PODER, lo DETENTA O EJERCE EL PUEBLO. No tengo más remedio
que preguntarme: ¿Será el pueblo mexicano tan miserable e ignorante, mental,
moral y económicamente que, no puede revertir el tan desigual reparto de las
riquezas materiales, naturales, de reserva, etc.?
¿Cómo es
posible que se enarbole la democracia, cuando más del cincuenta por ciento de
la población, vive en extrema pobreza; cuando más del cincuenta por ciento de
jóvenes en edad productiva, carece de oportunidades y recursos de trabajo, para
acceder a instituciones de enseñanza superior y a los servicios de salud;
cuando en los índices de medición internacional de la calidad educativa, México
ocupa uno de los más deshonrosos últimos lugares; cuando las actualizaciones
legislativas indispensables para adecuar a la realidad moderna las políticas
laborales, se han diferido a capricho de los representantes del pueblo, (diputados
federales y senadores), quienes sin asomo de conciencia social ni sensibilidad
humana, han convertido el cumplimiento de la labor que sus representados les
encomendamos, en un botín político y en una herramienta para bloquear toda
acción emprendida por el titular del ejecutivo; cuando se encuentra demostrado
que son obsoletas muchas de las instituciones imperantes en el estado mexicano
y se sostienen porque responden a intereses partidistas o de grupos; cuando en
contra del tan traído y llevado estado de derecho de nuestra golpeada nación se
muestran espeluznantes índices de ineficacia, corrupción y desacierto que
tienen a la población sumida en la inseguridad, la desesperación y el dolor?
No quiero
continuar multiplicando mis lamentos, que soy consciente, nada aportan para
encontrar las soluciones que se han transformado en la razón de vida de la
ciudadanía de este mi Amadísimo País.
Sin
embargo, el marco de referencia
descrito, me inspira para reflexionar en el origen del dilema, mi dilema, que
con certeza, es el dilema de millones de mexicanos, en torno al círculo o
círculos que habremos de cruzar el dos de julio, cuando en la secrecía de la
mampara que se instale para dicho efecto, definamos nuestra posición electoral,
confiando, primero, en que nuestra decisión será correctamente cuantificada y
segundo, que nuestro propósito al cruzar
el equis o el “Y” de las opciones, será el acertado y
que nuestra intención a corto plazo, se verá traducido en EL CUMPLIMIENTO DE
PROMESAS, que hemos escuchado a diestra y siniestra, hasta el hartazgo y hasta
casi memorizarlas.
Me siento
escéptica, pesimista y atemorizada ante la proximidad del momento en que deba
“decidir” los destinatarios de mi
sufragio; porque para mi desconsuelo, no he podido apartar de mi necia memoria,
el monólogo, el espectáculo y la
película que sexenalmente y desde que tengo uso de razón se han repetido
en todo el territorio y ámbito de la política
nacional; igualito que el
ejercicio profesional y en materia de relaciones de pareja, atestigüé miles de
veces, cuando la esposa o concubina, harta de ser la víctima de un varón
mujeriego, borracho, golpeador, holgazán, desobligado, mantenido, etc. Etc., le hacía saber su decisión de
romper de una vez y para siempre ese vínculo, para él ventajoso desde todos
puntos de vista y para ella, convertido en una carga y motivo de todo su
sufrimiento; ante la amenaza de perder
de la noche a la mañana TODOS LOS PRIVILEGIOS que representan la conservación
de una mujer, capaz der proveer en el más amplio sentido de la expresión (amor,
atenciones, cuidados, alimento, techo, distracciones, diversiones, etc.); externa,
casi rodilla en tierra y jurando por todos los Santos de los cielos, con lágrimas
que bañan su faz, en su mejor actuación histriónica, con voz entrecortada, el
firme, sincero y responsable propósito de convencerla, que de hoy y hasta su
muerte, va a ser el más cumplidor, el más fiel, el más puro y casto, tierno,
rendido amante y ejemplar de los maridos, con tan solo que ELLA VUELVA A DARLE
SU CONFIANZA, que vuelva a creer en él, que le devuelva el sitial de Señor de
todos sus afectos (incluidas sus quincenas). Exactamente así me siento frente a
la alternativa de voto que cuatro personas, que han gritado a voz en cuello,
incansablemente, a través de todos los medios de comunicación masiva a su
alcance, que son los mejores, los más preparados, los más sensibles, los más
experimentados, los más humanos, los más inteligentes, confiables, bla, bla, bla y sin excepción, todos, nos han
permitido apreciar en sus perfiles personales y en sus equipos de apoyo, claroscuros
que, a mi por lo menos, me ponen la piel erizada.
A pesar de
lo externado, me pronuncio a favor de la acción y no de la abstención. Por la
sencilla razón de que si durante una gran parte de mi existencia, he vivido del
y para el ejercicio del derecho y la realización de la justicia, no voy ahora a
claudicar.
Me mueve la
decisión de luchar hasta el último aliento de mi vida, por transformar mi entorno próximo, haciendo
conciencia personal primero, colectiva después, de que ni un solo hombre (el titular del ejecutivo de
la nación), ni una minoría de personas (diputados federales y senadores), por
muy brillantes, preparados y bien intencionados que sean, van a cambiar el
destino de toda una nación; mientras que todos quienes la conformamos, no
hagamos, exacta y precisamente nuestro mejor esfuerzo porque los fenómenos que con anterioridad y pesimismo
detallé, se modifiquen. La vía, el
trabajo, el esfuerzo, la dedicación a tareas de desarrollo, crecimiento, a la
creatividad, productividad, culturización, etc.
He dicho.
Irene Ruedas Sotelo
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