Hace unos días trataba de explicar los problemas de los moradores de una casa para mantenerla a flote, es decir, para que a pesar de lo caro que estén las cosas, uno alcance con los ingresos para vivir en paz.
Tal vez no sea yo el más indicado para hacerlo, pues a lo largo de mi vida me he visto sujeto muchas veces, a las condiciones que imponen los banqueros, esos seres que cuando hace sol te prestan un paraguas y en cuanto se nubla, te lo exigen de vuelta.
También hace mucho escuché decir que si debo un peso, el problema es mío; si debo más de lo que tengo y no puedo pagar, el problema es de quien me prestó. Existe una corresponsabilidad en la culpa que en modo alguno podemos soslayar.
Traté de explicarlo pero creo que no supe hacerlo. Por eso, hoy aquí y ante Usted, querido lector, que sé que es benevolente conmigo, voy a intentarlo.
Una casa, una empresa, una ciudad, un país, en el fondo, son lo mismo para administrarlos: tan sólo que ganes más de lo que necesitas y ¡listo!
¿Pero en los casos en que no es tan fácil? No todos podemos decir como San Francisco de Asís que declaraba: -Yo necesito pocas cosas y las pocas cosas que necesito, las necesito poco-.
Nosotros, en cambio, necesitamos nada más todo. Que si un nuevo teléfono celular, digo, para enriquecer aún más al hombre más rico del mundo; que si una nueva computadora, para ayudarle al pobrecito que va en segundo lugar; un auto de esos que te dejan estrellitas por todas partes, aún cuando sólo sea de tres puntas; ropa de diseñador, no importa que al diseñador le de asco el que la usa; tarjetas de crédito, de las que por sólo usarlas tienes derecho a la felicidad eterna, que si bien antes fue de ideas modernas, ahora se ha tornado en lo más retrógrada que pueda existir, con colores a los que les he sido fiel desde 1991, obvio, cruzando el “error de diciembre” y que de repente me cambian de formato, de colores, de nacionalidad y de forma de trato; en suma, necesitamos todo lo que demuestre que la máxima cartesiana por excelencia, “Pienso, luego, existo”, se debe cambiar y adecuar a los nuevos tiempos: “Compro y debo, luego, existo”.
De entre todos los bancos y banqueros, plaga ya estudiada por mucha gente, destaca la voracidad y falta de respeto de los que vienen a “hacer la América” y sin conocer ni la idiosincrasia de nuestro pueblo, sin saber de nuestras necesidades, sin tener conciencia de la función maravillosa que podrían hacer los bancos, sólo van en pos del dinero y con métodos reprobables en cualquier país del mundo, acosan con múltiples medios sin dar la cara, pues llaman para avisar que “ya va a vencer su pago” a deshoras, intimidando a menores, con técnicas que parecen sacadas del terrorismo que los tiene asolados y aún así, pretenden decir que son mejores que Don Manuel.
Lo que vengo a contarle es sólo un ejercicio que espero me ayude Usted, con su paciencia, a demostrar.
Imagine una casa, en la que trabajan el papá y la mamá, los hijos, suponga tres, van creciendo y necesitan todo.
No hay para servidumbre, van a escuela de gobierno, no existe carro, no se gasta en lujos.
Las tardes son de tareas y conversaciones en casa, pues la televisión apenas y si recibe señal abierta.
De repente, los hijos crecen, el padre tiene un segundo empleo, la madre progresa y ahora ya gana bastante bien y los hijos empiezan a ganar dinero.
De ser un sueldo, medio raquítico, con una entrada auxiliar, pobre, de repente ya son tres buenos sueldos, y aparte, dos o tres entradas adicionales.
Alcanza para agrandar la casa o para comprar una propia, dos carritos, con todo lo que ello implica, se pagan impuestos, ya son sujetos de créditos y las tiendas se pelean sus deudas, en suma, se empiezan a integrar a la modernidad, dirían los que según saben de esto. Se obtienen hipotecas y las modernas formas de financiamiento, que por cierto, no todas son moralmente correctas ni éticas y por supuesto, se apartan de lo que se estima un recto proceder.
Cuando eran los tiempos de esfuerzo, la mamá y los hijos tendían las camas, lavaban los platos y cortaban el jardín. Ahora, tenemos servidumbre, chofer, jardinero y algunos otros ayudantes.
Es decir, se contrata una “outsourcing” o una gente de afuera, que soluciona nuestros problemas, para que realice hasta los más insignificantes trabajos.
Es de considerar que del sueldo del papá alcanzaba para todos, poco, pero bien repartido. Si el hijo quería mochila nueva, cortaba el jardín.
Que la mamá necesitaba zapatos o vestidos o esas cosas que compran las mujeres, ella era la encargada de que del gasto alcanzara, sin que nadie supiera cómo le hacía. Pero le alcanzaba. Lo que se ganaba en casa se quedaba en casa, para los de casa y punto. Alcanzaba para todos.
Eso, en una casa. Si lo trasladamos a un país, suponga que los ingresos son los impuestos y los gastos son la infraestructura. Antes, se construían hospitales, carreteras, escuelas y en suma, todo lo necesario. Ahora, se gasta en pagar la servidumbre externa.
Sin embargo, ahora que los hijos crecieron y llevan dinero a la casa, como si fueran los ingresos de los migrantes que ya no viven aquí pero que mandan más de veinticinco mil millones de dólares al año, resulta que le pagamos a empresas que hacen todo pues nosotros ya no queremos gastar en darle a los hijos y por ende, tenemos “outsourcings” que nos resuelven todo.
Pero como el hijo que cuando se ve en problemas regresa a la casa, a que sus padres lo cuiden, lo que por cierto siempre será una bendición, así el país recibe a sus migrantes, ya explotados, sin fuerzas y sin dinero, pero que vienen a morir en su casa, que es nuestro México.
El problema es que por darles todo y pensar que pagándole a los de fuera de casa para que hicieran nuestro trabajo, dejamos que se fuera nuestro dinero, así el país se ve en problemas pues está pagando por no usar los esfuerzos de sus hijos, tanto en tecnología, pues es sabido que aquí se educan, unos cuantos, pero aquí se educan, al amparo y cobijo del gobierno, mediante becas y apoyos y cuando ya tienen una gran capacidad, viene una empresa extranjera y se los lleva, así el gobierno debe pagar por usar las formas y métodos de gente de afuera, léase tecnología, para tratar de resolver nuestros problemas.
También, se llevan a nuestra principal riqueza, nuestra gente trabajadora, para devolverla cuando ya no produce y sólo para que aquí los cuidemos, vía seguridad social que aquí no generaron, en términos de los esquemas actuales.
Por eso, tanto para tener la casa en orden como para que el país vaya en los derroteros correctos, lo urgente es adecuar las cosas para que sean nuestras las formas de ganar dinero, que las ganancias, tanto de los sueldos de los padres y de los hijos como los ingresos por impuestos y otros motivos, se inviertan en que exista una mejor y mayor producción en nuestra casa común, México, debiendo sobrarnos para invertir en otros lares.
Los que juegan en la casa, los hijos y padres, se dividen los esfuerzos y en consecuencia, se dividen también los ingresos. El papá y la mamá apoyan a todos y cada uno va sacando su propia vida adelante.
Así debería ser en un país.
Que los industriales, los agricultores, los comerciantes, los trabajadores, los estudiantes y maestros, se dividieran entre todos los esfuerzos, cargando cada uno con la parte que les debe corresponder de la responsabilidad social y que en consecuencia, la figura creada entre todos, el gobierno, que es para servirlos a todos, velara y se encargara de los asuntos que le son más sentidos a la sociedad: la seguridad, en todos y cada una de sus expresiones.
La seguridad pública, la seguridad social, la seguridad jurídica, la seguridad de que la vida que llevas tiene un valor para los demás, no que sea una mercancía de bajo costo o peor aún, que tu esfuerzo sea menospreciado y tus ilusiones destruidas, sólo por no pensar como los demás pretenden.
No podemos decir que la casa está en orden cuando tenemos el jardín muy limpio, la sala reluciente y el cuarto de juegos equipado con lo más moderno de tecnología, si apenas entramos a la cocina y nos damos cuenta que usamos el mismo fogón de hace más de un siglo, las camas son de antes de la revolución y los servicios sanitarios son “de pozo”, aún cuando existan jóvenes que en su vida hayan escuchado mencionarlos.
Saber que alguna vez hubo ese tipo de servicios, es necesario, pero sólo como referente, no para seguirlos usando.
Pensar que un país está en orden porque tenemos unos centros de convenciones de primera, unas playas muy equipaditas y los pueblos indígenas olvidados, las bibliotecas empolvadas y haciendo agua, mojándose los libros y con ellos, desperdiciando la cultura pues no se ponen de acuerdo si los forros de los libros han de ser de color verde o amarillo o azul, cuando lo interesante es que los niños los lean, es desperdiciar el tiempo, que por cierto es un recurso natural no renovable.
Es cuestión de que pensemos que existe una forma correcta de hacer las cosas y tratemos de hacerlas así. Que dejemos de experimentar en nuestros niños, en nuestros jóvenes y peor aún, en nuestros adultos en plenitud, pues no tendrán ya nunca otra oportunidad.
Créame, no es muy difícil ni necesitamos ser santos. Sólo no dejarnos deslumbrar por espejitos como lo hicieran nuestros ancestros y ahora pretenden repetir los descendientes del hombre barbado.
O aquellos que nos anuncian que con sólo unos cuantos pesos, tendremos la casa más limpia del mundo. Claro, nos van a despojar de todo.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Miembro del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.
Catedrático en Posgrado en las Universidades Autónomas de Tamaulipas y Guerrero. A nivel licenciatura en la Universidad Metropolitana de Monterrey.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
Tal vez no sea yo el más indicado para hacerlo, pues a lo largo de mi vida me he visto sujeto muchas veces, a las condiciones que imponen los banqueros, esos seres que cuando hace sol te prestan un paraguas y en cuanto se nubla, te lo exigen de vuelta.
También hace mucho escuché decir que si debo un peso, el problema es mío; si debo más de lo que tengo y no puedo pagar, el problema es de quien me prestó. Existe una corresponsabilidad en la culpa que en modo alguno podemos soslayar.
Traté de explicarlo pero creo que no supe hacerlo. Por eso, hoy aquí y ante Usted, querido lector, que sé que es benevolente conmigo, voy a intentarlo.
Una casa, una empresa, una ciudad, un país, en el fondo, son lo mismo para administrarlos: tan sólo que ganes más de lo que necesitas y ¡listo!
¿Pero en los casos en que no es tan fácil? No todos podemos decir como San Francisco de Asís que declaraba: -Yo necesito pocas cosas y las pocas cosas que necesito, las necesito poco-.
Nosotros, en cambio, necesitamos nada más todo. Que si un nuevo teléfono celular, digo, para enriquecer aún más al hombre más rico del mundo; que si una nueva computadora, para ayudarle al pobrecito que va en segundo lugar; un auto de esos que te dejan estrellitas por todas partes, aún cuando sólo sea de tres puntas; ropa de diseñador, no importa que al diseñador le de asco el que la usa; tarjetas de crédito, de las que por sólo usarlas tienes derecho a la felicidad eterna, que si bien antes fue de ideas modernas, ahora se ha tornado en lo más retrógrada que pueda existir, con colores a los que les he sido fiel desde 1991, obvio, cruzando el “error de diciembre” y que de repente me cambian de formato, de colores, de nacionalidad y de forma de trato; en suma, necesitamos todo lo que demuestre que la máxima cartesiana por excelencia, “Pienso, luego, existo”, se debe cambiar y adecuar a los nuevos tiempos: “Compro y debo, luego, existo”.
De entre todos los bancos y banqueros, plaga ya estudiada por mucha gente, destaca la voracidad y falta de respeto de los que vienen a “hacer la América” y sin conocer ni la idiosincrasia de nuestro pueblo, sin saber de nuestras necesidades, sin tener conciencia de la función maravillosa que podrían hacer los bancos, sólo van en pos del dinero y con métodos reprobables en cualquier país del mundo, acosan con múltiples medios sin dar la cara, pues llaman para avisar que “ya va a vencer su pago” a deshoras, intimidando a menores, con técnicas que parecen sacadas del terrorismo que los tiene asolados y aún así, pretenden decir que son mejores que Don Manuel.
Lo que vengo a contarle es sólo un ejercicio que espero me ayude Usted, con su paciencia, a demostrar.
Imagine una casa, en la que trabajan el papá y la mamá, los hijos, suponga tres, van creciendo y necesitan todo.
No hay para servidumbre, van a escuela de gobierno, no existe carro, no se gasta en lujos.
Las tardes son de tareas y conversaciones en casa, pues la televisión apenas y si recibe señal abierta.
De repente, los hijos crecen, el padre tiene un segundo empleo, la madre progresa y ahora ya gana bastante bien y los hijos empiezan a ganar dinero.
De ser un sueldo, medio raquítico, con una entrada auxiliar, pobre, de repente ya son tres buenos sueldos, y aparte, dos o tres entradas adicionales.
Alcanza para agrandar la casa o para comprar una propia, dos carritos, con todo lo que ello implica, se pagan impuestos, ya son sujetos de créditos y las tiendas se pelean sus deudas, en suma, se empiezan a integrar a la modernidad, dirían los que según saben de esto. Se obtienen hipotecas y las modernas formas de financiamiento, que por cierto, no todas son moralmente correctas ni éticas y por supuesto, se apartan de lo que se estima un recto proceder.
Cuando eran los tiempos de esfuerzo, la mamá y los hijos tendían las camas, lavaban los platos y cortaban el jardín. Ahora, tenemos servidumbre, chofer, jardinero y algunos otros ayudantes.
Es decir, se contrata una “outsourcing” o una gente de afuera, que soluciona nuestros problemas, para que realice hasta los más insignificantes trabajos.
Es de considerar que del sueldo del papá alcanzaba para todos, poco, pero bien repartido. Si el hijo quería mochila nueva, cortaba el jardín.
Que la mamá necesitaba zapatos o vestidos o esas cosas que compran las mujeres, ella era la encargada de que del gasto alcanzara, sin que nadie supiera cómo le hacía. Pero le alcanzaba. Lo que se ganaba en casa se quedaba en casa, para los de casa y punto. Alcanzaba para todos.
Eso, en una casa. Si lo trasladamos a un país, suponga que los ingresos son los impuestos y los gastos son la infraestructura. Antes, se construían hospitales, carreteras, escuelas y en suma, todo lo necesario. Ahora, se gasta en pagar la servidumbre externa.
Sin embargo, ahora que los hijos crecieron y llevan dinero a la casa, como si fueran los ingresos de los migrantes que ya no viven aquí pero que mandan más de veinticinco mil millones de dólares al año, resulta que le pagamos a empresas que hacen todo pues nosotros ya no queremos gastar en darle a los hijos y por ende, tenemos “outsourcings” que nos resuelven todo.
Pero como el hijo que cuando se ve en problemas regresa a la casa, a que sus padres lo cuiden, lo que por cierto siempre será una bendición, así el país recibe a sus migrantes, ya explotados, sin fuerzas y sin dinero, pero que vienen a morir en su casa, que es nuestro México.
El problema es que por darles todo y pensar que pagándole a los de fuera de casa para que hicieran nuestro trabajo, dejamos que se fuera nuestro dinero, así el país se ve en problemas pues está pagando por no usar los esfuerzos de sus hijos, tanto en tecnología, pues es sabido que aquí se educan, unos cuantos, pero aquí se educan, al amparo y cobijo del gobierno, mediante becas y apoyos y cuando ya tienen una gran capacidad, viene una empresa extranjera y se los lleva, así el gobierno debe pagar por usar las formas y métodos de gente de afuera, léase tecnología, para tratar de resolver nuestros problemas.
También, se llevan a nuestra principal riqueza, nuestra gente trabajadora, para devolverla cuando ya no produce y sólo para que aquí los cuidemos, vía seguridad social que aquí no generaron, en términos de los esquemas actuales.
Por eso, tanto para tener la casa en orden como para que el país vaya en los derroteros correctos, lo urgente es adecuar las cosas para que sean nuestras las formas de ganar dinero, que las ganancias, tanto de los sueldos de los padres y de los hijos como los ingresos por impuestos y otros motivos, se inviertan en que exista una mejor y mayor producción en nuestra casa común, México, debiendo sobrarnos para invertir en otros lares.
Los que juegan en la casa, los hijos y padres, se dividen los esfuerzos y en consecuencia, se dividen también los ingresos. El papá y la mamá apoyan a todos y cada uno va sacando su propia vida adelante.
Así debería ser en un país.
Que los industriales, los agricultores, los comerciantes, los trabajadores, los estudiantes y maestros, se dividieran entre todos los esfuerzos, cargando cada uno con la parte que les debe corresponder de la responsabilidad social y que en consecuencia, la figura creada entre todos, el gobierno, que es para servirlos a todos, velara y se encargara de los asuntos que le son más sentidos a la sociedad: la seguridad, en todos y cada una de sus expresiones.
La seguridad pública, la seguridad social, la seguridad jurídica, la seguridad de que la vida que llevas tiene un valor para los demás, no que sea una mercancía de bajo costo o peor aún, que tu esfuerzo sea menospreciado y tus ilusiones destruidas, sólo por no pensar como los demás pretenden.
No podemos decir que la casa está en orden cuando tenemos el jardín muy limpio, la sala reluciente y el cuarto de juegos equipado con lo más moderno de tecnología, si apenas entramos a la cocina y nos damos cuenta que usamos el mismo fogón de hace más de un siglo, las camas son de antes de la revolución y los servicios sanitarios son “de pozo”, aún cuando existan jóvenes que en su vida hayan escuchado mencionarlos.
Saber que alguna vez hubo ese tipo de servicios, es necesario, pero sólo como referente, no para seguirlos usando.
Pensar que un país está en orden porque tenemos unos centros de convenciones de primera, unas playas muy equipaditas y los pueblos indígenas olvidados, las bibliotecas empolvadas y haciendo agua, mojándose los libros y con ellos, desperdiciando la cultura pues no se ponen de acuerdo si los forros de los libros han de ser de color verde o amarillo o azul, cuando lo interesante es que los niños los lean, es desperdiciar el tiempo, que por cierto es un recurso natural no renovable.
Es cuestión de que pensemos que existe una forma correcta de hacer las cosas y tratemos de hacerlas así. Que dejemos de experimentar en nuestros niños, en nuestros jóvenes y peor aún, en nuestros adultos en plenitud, pues no tendrán ya nunca otra oportunidad.
Créame, no es muy difícil ni necesitamos ser santos. Sólo no dejarnos deslumbrar por espejitos como lo hicieran nuestros ancestros y ahora pretenden repetir los descendientes del hombre barbado.
O aquellos que nos anuncian que con sólo unos cuantos pesos, tendremos la casa más limpia del mundo. Claro, nos van a despojar de todo.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Miembro del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.
Catedrático en Posgrado en las Universidades Autónomas de Tamaulipas y Guerrero. A nivel licenciatura en la Universidad Metropolitana de Monterrey.
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