Del Valor Civil.[i]
Cuando
sufrimos una ofensa, la actitud más fácil es dirigirle al agresor, normalmente
sin que se dé cuenta, la mayoría de los epítetos que conozcamos.
Lo
más fácil, cuando creemos que el enemigo es superior a nosotros, es permanecer
callados, aún cuando por dentro estemos como caldera a punto de reventar del
coraje.
Lo
más fácil es asumir que nos corresponde agachar la cabeza, soportar la injuria
y seguir la vida. ¿Para qué meternos en problemas?
Sin
embargo, pararse ante el contrario, decir de frente lo que nos duele, lo que
nos lastima, sin esperar una disculpa, sin esperar que reconsideren su actitud,
pero sí, siempre, seguros de que el otro habrá de conocer nuestro sentir, cuesta
mucho trabajo.
Hace
unos días me comentaba un amigo, que vio la forma en que se cometía un robo
dentro de una tienda, pero prefirió salir del local, temeroso por él y por su
familia que lo acompañaba. Me pidió mi opinión.
Hablar
desde fuera del ruedo es muy fácil. Por supuesto, le dije que lo correcto
hubiera sido avisar a la guardia, pero su respuesta me desconcertó: El guardia
se había dado cuenta y no dijo nada.
Es
decir, el encargado de salvaguardar los bienes del patrón, del centro de
trabajo que le da de comer a él y a su familia, el responsable de que no
existan robos, ¡estaba coludido con el ladrón!
Me
quedé pensando en la forma que debe seguirse para tener la seguridad de que los
encargados de cuidar el orden, de que los encargados de que las leyes se
respeten, realmente se comprometan con su cometido.
Traje
a mi actualidad mis clases de Civismo de la Secundaria, cuando nos
enseñaban lo que es El Valor Cívico. Recordé los libros de “El Buen Ciudadano”,
que contienen lo mínimo que debe saber un ciudadano para hacer valer sus
derechos.
En
eso consiste: en saber cuáles son nuestros derechos y exigir que se respeten.
Volvemos a la educación. Si no sabemos a qué tenemos derecho, menos vamos a
saber cómo defenderlos.
Hoy
tuve un día muy ajetreado. Empezó temprano, al llevar a mi esposa a la escuela
donde imparte cátedra. En el camino, nos atacó, pues no puede decirse de otro
modo, un vehículo de reparto de una empresa de mensajería, de esos amarillos
con tres letras rojas, transnacional. No digo el nombre, no por miedo o
cobardía, si no para no hacerle publicidad gratis y además, por que la
respuesta que obtuve casi me satisface.
Siguiendo
mi forma de ser, tomé mi celular y marqué el número que aparecía en el camión.
Por supuesto, no contestaron pues la negociación o el empleado, cambian un
número o de alguna manera ocultan los datos, para que la gente no se queje.
Sin
embargo, después de mi peregrinar del día, de acudir con los miembros del
Colegia de Abogados de Monterrey a montar una guardia de honor en homenaje a
uno de los Abogados más connotados que nuestro país ha dado, precisamente por
defender sus ideales contra viento y marea, Don Benito Pablo Juárez García, de
un almuerzo muy sabroso en un restaurante que no conocía pero al que vale la
pena regresar, de una plática aún más sabrosa que el almuerzo, con algunos de
los Abogados de mayor prestigio de nuestra ciudad, acudí a las instalaciones de
la empresa de mensajería.
Me
entrevisté con Omar, el encargado de la negociación, a quien le hice saber la
forma en que fui atacado por la unidad de la empresa que representa, unidad
conducida por un émulo de King Kong, acompañado de otros dos que tranquilamente
podrían haber sido sacados del patíbulo.
Externé
mi queja y le dejé mis datos. Ahora no sé si vaya a tener repercusiones, pues
me aseguró que habría de tomar cartas en el asunto. Se disculpó en todos los
tonos y me dijo: Si Ustedes, el público, no avisan a la empresa lo que pasa,
nosotros nunca lo vamos a saber. Vamos a pensar que todo está bien.
Mi
expresión fue: No se vale. No se vale que sus conductores, sin cultura de
manejo, utilicen vehículos pesados para atacar a quienes tratamos de seguir las
normas de tránsito. Va también para algunos empleados de otras empresas, no es
exclusivo de las de mensajería.
Llegué
a casa, ante mi máquina y empecé a revisar mis correos. Encontré respuestas a
los que había enviado temprano y encontré una, que fue la que me motivó a
escribir esta nota.
Recibí,
por interpósita persona, el texto que el Magistrado Arenas, a quien por cierto
no he tenido el gusto de conocer personalmente, envía a la comunidad jurídica
donde informa haber retirado su candidatura a la Presidencia del
Tribunal Superior de Justicia del Estado y da a conocer las, para él, razones
de su actitud. También recibí la nota que aparece elaborada a nombre de los
Abogados Enrique Ocañas Méndez y Rafael T. Guerra Escobar, quienes le piden
haga valer sus derechos ante la autoridad de amparo o renuncie al cargo de
Magistrado.
En
su momento, yo me sumé a quienes lo felicitaban y lo dejé de manifiesto en una
sesión del Colegio, precisamente por que me pareció valiente su actitud de
actuar en forma poco ortodoxa. Me llamó poderosamente la atención que hubiera
uno, siquiera uno, que siguiendo el deber ser, no el ser que nos apabulla,
hiciera valer su deseo e inquietud por aspirar a algo más. Por querer ser y
hacer más, no por querer tener más. Al menos así me pareció en su momento. Por
eso lo aplaudí.
Debo
decir, sinceramente, que me dolió que hubiera desistido de la candidatura al
cargo al que él solo se había propuesto.
Sin
embargo, si un encargado de hacer respetar la ley, si un prohombre de nuestro
pueblo, distinguido con un cargo que debería vestir y arropar a quien lo
ostenta con los máximos valores cívicos, si un líder a los ojos de los demás,
se arredra y renuncia a lo que, legalmente o no, podría tener derecho, ¿qué nos
deja a los simples mortales?
Si
todo un Señor Magistrado, entendiendo el término Señor como derivado de
Señorío, de potestad, de ser garante de vidas y honras, desiste de su intento y
permanece con las actitudes descritas al inicio de esta nota, es decir, soporta
las bajezas que le son inferidas, renuncia a su derecho a defenderse, cuando él
es el encargado de defender los derechos de los demás, ¿a qué le estamos
apostando?
Implica
ello que yo no deba quejarme de los ataques de los gorilas de las empresas de
mensajería, que no deba denunciar mi amigo al ladrón de la tienda por estar
coludido con los encargados de la custodia de los bienes a ellos depositados,
que aceptemos con deshonra las ofensas que nos sean inflingidas.
Ahora
bien… ¿Y si repartiéramos ejemplares de “El Buen Ciudadano” entre nuestras
autoridades?
Tal
vez encontrarían en los libros lo que significa el valor civil, es decir, los
arrestos necesarios para hacer ver lo que está mal, precisamente para que esas
situaciones no se sigan dando.
O,
¿será mejor acaso que permanezcamos callados, soportando cuanta injuria decidan
inflingirnos? ¿Verdad que no?
Por
eso quiero seguir dando clases. Por que he tratado de que mi actuar sea
congruente con mi decir. Ojalá Usted conozca de alguna Institución a la que
pueda servir.
Por
eso también escribo. Por que creo firmemente que algunas cosas no deben seguir
como han estado. Por que creo que México debe salir adelante. Por que confío en
nuestro país y en sus hombres y mujeres. Sobre todo, en aquellos que demuestran
ser muy hombres o muy mujeres, según sea el caso.
Y
que conste. Existen más de los que Usted se imagina. Son los que van a lograr
que nuestro país cambie.
Por
que creo que haciendo valer y saber a ojos vistas lo que lastima a nuestro
pueblo, habremos de salir adelante.
Vale
la pena.
Me
gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
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